«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

Basta decir la verdad

9 de marzo de 2021

La vieja distinción de amigo-enemigo sigue primando en las relaciones entre los Estados cuando cada uno de ellos dice representar los intereses de la respectiva nación. La diplomacia se inventó como sustituto de la guerra; pero las negociaciones no aseguran la paz universal. Los intereses nacionales siguen pesando en todo momento, a pesar de que se intente sublimarlos a través de un consenso civilizado, por ejemplo, el de los principios de la Organización de las Naciones Unidas. Pueden valer otras organizaciones conexas, penetradas de ese mismo espíritu apaciguador. Cabe la duda, expresada por el pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila en sus Escolios a un texto implícito, cuando dictamina: «Lejos de ser criterio de verdad, el consenso universal suele ser un signo de error» (p. 1.406). Ahora, al consenso universal, se denomina “globalismo”.

Los gobiernos de la derecha han aceptado, con extraña resignación, las propuestas de la izquierda, consideradas como “avanzadas”

La idea del consenso pacificador se traslada, igualmente, a la esfera nacional. Por muy democrática que esta sea, los acuerdos de principios (constitucionales o, simplemente, estratégicos) no logran acallar las diferencias de opinión entre unas y otras fuerzas políticas. Naturalmente, la que gobierna trata de imponer las suyas; el asunto es conservar el poder ejecutivo a toda costa. En la circunstancia española de la última generación, el resultado ideológico ha caído, casi siempre, del lado de la izquierda. Los gobiernos de la derecha han aceptado, con extraña resignación, las propuestas de la izquierda, consideradas como “avanzadas” o “de progreso”. Esta deriva ha sido también muy clara en el último episodio electoral de los Estados Unidos de América. Reconocerlo es ya un activo del progresismo dominante. Cabe recurrir, otra vez, al pragmatismo de Gómez Dávila, cuando propone: “Para escandalizar al izquierdista, basta decir la verdad” (p. 853).

El hecho irrebatible es que, en la escena internacional, domina el progresismo. Es compatible con el escándalo de crecientes desigualdades entre los países y entre los individuos. La demostración de tal desequilibrio es que el contingente de refugiados y de inmigrantes irregulares es mayor que nunca. Para disimular tal escarnio, en España, se ha decretado que la única desigualdad que importa (merece un Ministerio) es la que se da entre varones y mujeres. La verdad se hace sarcástica.

La manifestación última de la oligarquía tecnológica es la idea de Bill Gates de crear un “Ministerio de la Verdad Mundial”

El único resquicio para que la verdad se abra paso es la atrevida utilización de los medios de comunicación y las redes sociales. Gracias al pasmoso desarrollo de la técnica digital, cabe la acción de muchos voceros independientes o no asimilados por el poder. Aun así, se suscita el temor de que algunas de esas plataformas puedan estar dominadas por el consorcio de las grandes empresas tecnológicas. Son las que dominan el mundo. He ahí la verdadera expresión de la desigualdad a escala planetaria. La manifestación última de la oligarquía tecnológica es la idea de Bill Gates, señor de Microsoft (que bien podría ser de Macrohard). Consiste en la creación de un “Ministerio de la Verdad Mundial” para combatir, dicen, la desinformación. Se trata de la información que no gusta a los que mandan. Estamos ante la realización más cabal de la pesadilla de Orwell en 1984: los lobos vigilando a los corderos.

El mundo de las relaciones internacionales es difícil de comprender en todos los sentidos. Predominan los intereses sobre los valores morales. Los cuales solo se exhiben como retórica. La verdad no es un signo reconocible, aunque solo sea para respetar los hechos básicos. Se oculta bajo las mil sutiles formas de propaganda. Es el arma preferida en las guerras y fuera de ellas. Presenta la ventaja de su aire pacificador, componedor.

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