«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¿Las batallas baratas se pierden?

12 de abril de 2016
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Francisco de Quevedo (1613)

Los recientes hechos de París y Bruselas han demostrado que la libertad de las sociedades de la vieja Europa cada vez está más en peligro. Con medios precarios, un enemigo invisible puede poner en jaque a los gobiernos occidentales con escasa responsabilidad. Este hecho provoca en la sociedad europea un sentimiento de inseguridad por la capacidad de provocar muerte y destrucción. Las fronteras cada vez son más permeables por la información que fluye a la velocidad de la luz, pero sobro todo por la debilidad para la adopción de medidas de seguridad suficiente motivadas, bien por la resignación en un caso, o pasotismo en otro, factores que pueden llegar a cuestionar los valores y el sistema democrático.

Para desgracia de todos, a este enemigo invisible se une un segundo, el enemigo que está dentro de nosotros, y mientras no ganemos la batalla particular de la ideología frente a este segundo enemigo, no vamos a vivir seguros y confiados en nuestra vieja Europa. Quitemos su careta y reconozcamos su poder. La prueba de la capacidad destructiva de este segundo enemigo es su poder de corrosión y la máxima eficiencia de sus recursos de anulación. Es este segundo enemigo el que más ha madurado a través del pensamiento de nuestra sociedad, fruto de la dejadez y el desprestigio desde los tiempos de antes de la Crisis. Sus logros son claros al dar lugar a la congelación y a la disminución agónica de las partidas presupuestarias de seguridad y defensa. Ha erosionado el sistema de inteligencia de nuestra sociedad, de manera particular, ha anulado el complejo neuronal de la defensa de nuestros valores hasta llegar a convencernos de la inutilidad de detraer los recursos económicos necesarios para la seguridad y defensa.

La irresponsabilidad social se ha trasladado a los gobiernos. La política exterior occidental está absolutamente sin rumbo por la doctrina del “sálvese quien pueda” o por la parábola evangélica de las “vírgenes necias y sensatas: solo quien guarda tendrá” (Mt 25, 1-13). Pero es la debilidad moral de nuestra sociedad fruto de las dudas de nuestros principios, la que impide defendernos con todos los medios necesarios dentro de nuestro sistema de valores. Ha este hecho se suma la creencia que estamos rodeados por la generalización, que estamos ante una gran burbuja de corrupción política sostenida por una burocracia ineficiente que diluyen la responsabilidad, conjunto de circunstancias que hacen muy difícil que los gobiernos sean valientes a la hora de tomar decisiones y no tengan claro las carencias y los riesgos que amenazan nuestra sociedad y más cuando se dan periodos electorales,

Un ejemplo claro de lo expresado es lo que está sucediendo en España con su política de seguridad y defensa, y de manera particular, con los recortes que como “gota malaya” implacable están sufriendo los presupuestos de mantenimiento de nuestras FF.AA y en particular de nuestro Ejército de Tierra. 

En el vigente presupuesto en curso el Ministerio de Defensa acapara un total de 5.734 millones de euros, una cifra del 0,4%, más alta que los 5.712 millones que le correspondieron para 2015. No basta con tapar los agujeros con los créditos extraordinarios que se inyectan para al pago de Programas Especiales de Armamento. Hay que mantener la capacidad operativa de nuestros hombres y nuestro material. El Ejército de Tierra tiene asignado un 14,26% menos que en 2015, la Armada un 11% y la reducción del Ejército del Aire para el próximo año ascienden al 15,6%. ¿Dónde está ese 0,4 % de subida?

La Crisis y los compromisos internacionales han agotado nuestras reservas, sean o no estratégicas, ya no basta con racionalizar las estructuras y con mantener la capacidad moral de nuestras tropas. Hay que acometer profundas reformas.  Si se analizan las partidas públicas del Presupuesto por programas y memoria de objetivos, Tomo IV (Sección 14), se observa que sus cifras están en franca regresión, están congeladas ya más de dos legislaturas, toda vez que son incrementos mínimos de subsistencia. Así si tomamos como referencia algunos de sus programas en relación con el Ejército de Tierra, como: el Programa 122 A. Modernización, Programa 122M. Gastos Operativos de las Fuerzas Armadas, y el Programa 122N. Apoyo Logístico, las cifras evidencian esta triste realidad. Ya no es suficiente con acudir a la profesionalidad y al celo. Nuestros recursos se acaban.

/p>

/p>

/p>

Como señalaba el proverbio latino de Cicerón (Phillipicae 5.5): Pecunia nervum belli est, y de manera más contundente y explícito el genio de Napoleón señaló que: tres cosas hacen falta para la guerra: dinero, dinero, dinero, las batallas baratas se pierden.

La conclusión es clara, estamos llegando a las “batalla baratas” y se pierden. De seguir por esta línea estamos poniendo en riesgo no sólo a nuestro valioso material militar, obsoleto o no, y que ha sido fruto de los esfuerzos presupuestarios de años anteriores, sino que también a los usuarios del mismos, nuestros soldados, en consecuencia a nuestra Nación y a nuestros aliados.

Conviene que se reflexione no sólo por nuestros políticos, pero sobre todo por nuestros ciudadanos, del riesgo que estamos asumiendo, la paz de nuestras ciudades, de nuestros puestos de trabajo, de nuestros campos y de nuestras vacaciones, se soporta en nuestra seguridad y defensa. No dejemos nuestra casa común sin puertas, no caigamos y nos dejemos arrastrar en el dilema de la I Guerra Mundial de cañones por mantequilla, planteado por Friedrich von Wieser en su Theorie der gesellschaftlichen Wirtschaft (Teoría de la economía social, 1914), sino en la racionalidad del compromiso con nuestra seguridad y defensa o pérdida de nuestro sistema de libertades, utilicemos de forma eficiente los recursos públicos. 

Por Justo Alberto Huerta Barajas. Profesor IUGM/UNED.AEME

.
Fondo newsletter