Pues señor, ¿no van ahora y le cancelan a doña Begoña Gómez, a la sazón esposa del presidente del Gobierno, su segundo máster «de forma sorpresiva y unilateral» según ella? Si es que ya no hay cortesía ni educación ni modales. Lo menos que podrían haber hecho los responsables universitarios —los mismos que se lo dieron— es presentarse en Moncloa con un ramo de flores, una caja de bombones y una caja de galletas surtidas, que eso siempre hace falta en una casa que recibe a tanta gente.
Pero no. Los suspensores, que no suspensorios, aducen que el máster tenía solamente a cuatro o cinco personas apuntadas; Begoña dice que eran cincuenta, que tenían que empezar a finales de este mes y que si son formas y maneras. Mucho me temo que tendrá que aprender que quienes te ríen las gracias de subida se apartan rápidamente de ti cuando vas de bajada, no sea que los arrastres a ellos también. Digo esto porque igual en esta decisión algo habrá tenido que ver que la Audiencia haya autorizado al juez Peinado a seguir investigando a doña Begoña por un presunto delito de tráfico de influencias. Vamos, que igual es por envidias y una cosa no tiene nada que ver con la otra, pero ahí está el resultado: se acabaron los masters, el fundraising y la madre que los trujo.
Yo iría preparándome, si estuviera en el caso de doña Begoña, un alegato delante de su señoría porque no sé si va a poder estar calladita todo el proceso si lo hubiera o hubiese. Podría empezar por explicarnos las diferencias existentes entre fundraising y crowfunding, que aquí todo lo que suena a extranjero nos impresiona mucho y da buena imagen a quien utiliza palabras ajenas a la lengua de Cervantes. Y ya metidos en harina hablaría de las startups, del branding, de la relevancia de los community manager, del customer journey map, del engagement, la estrategia multicanal, el outbound marketing o la segmentación.
Todo eso, bien mezclado con palabros como resiliencia, sororidad, ideología de género, políticas sostenibles y alguna cosa más le darían como poco para una horita bien buena en la que su señoría y el resto de la sala acabaría con un cierto surménage, levantando la sesión. Y me reservaría, ladinamente, la artillería para el final: que si la máquina de fango, que si los bulos, que si la politización de la justicia, que si la extrema derecha para, en voz alta, apelar a su condición de mujer y decir que no hay paridad entre las personas que haya en ese momento en la sala y que exige un cincuenta por ciento de presencia femenina. Y LGTBI, claro. Son cosas que nadie espera y le pueden ayudar. Si el Congreso de España es capaz de poner en la calle a etarras con los votos de todos los partidos coincidirán conmigo que cualquier barbaridad es posible.
En cuanto al daño reputacional que todo esto pueda ocasionarle ni se preocupe. Aquí somos de pronto olvidar y acordarnos solo de lo que nos interesa. En cuatro días, ni Dios se acordará. Bueno, yo sí, pero no soy nadie.