«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

Bendita corrupción

6 de junio de 2025

Una pincelada previa: hoy es la fiesta islámica del cordero y aunque los ríos de sangre bajen por más calles españolas de las deseadas, el poder considera que estamos ante una tradición no ya como otra cualquiera, pongamos la tauromaquia, sino que suscita el mayor de los respetos. Por eso algunos compiten repartiendo felicitaciones no sólo para ganar un puñado de votos en Ceuta, Melilla o en tantas zonas de Cataluña o País Vasco. Es la España que viene, la que nos han dejado, la de la revolución demográfica que anunciaba Gadafi a través del vientre de las musulmanas. Y tiene su gracia porque en apenas un mes estos mismos subirán a la carroza del orgullo gay sin rubor ni mácula de contradicción alguna. 

A riesgo de que Sánchez vuelva a salirse con la suya y recurra al manual de resistencia cuando todos le damos por muerto, asistimos a los peores momentos de un presidente al que ni la corrupción más desbordante afecta el ánimo. Nada te turbe, nada te espante, decía santa Teresa de Jesús. Es lo más cerca que estamos de ponerle caducidad a un Gobierno que va a escándalo diario y ante el que la sociedad, atrofiado su músculo moral, se divide entre la adhesión incondicional y la pereza de quienes sólo aspiran a ver pasar el cadáver, que el verano está a la vuelta de la esquina y no es plan de salir a la calle. 

Zapatero cayó por la crisis y Sánchez, de hacerlo, por la corrupción. Un drama para la derecha, que nunca gana en el terreno de las ideas, sino por errores no forzados del rival que manda la bola a la red. El legado ideológico socialista —que niegan quienes ven en Sánchez un hombre al que sólo mueve el poder— queda intacto. De nuevo, la corrupción fulmina el programa de transformación y progreso del PSOE. Porque, ¿a qué idea real se oponen Page o el mismo Feijoo?

Si Sánchez cae por la corrupción quedarán en el limbo los asuntos que desangran el alma y el tejido de un país. La depauperación de las clases medias, el paro juvenil más alto de Europa y el récord de los tres millones de trabajadores españoles en el extranjero, la imposibilidad de comprar una casa, la invasión migratoria, la desintegración de la identidad nacional, la creciente desindustrialización, el ataque al campo, la imposición de las políticas climáticas del pacto verde, el expolio fiscal, la persecución contra el vehículo, la legislación feminista que pone a violadores en la calle… nada de ello beneficia a quien, en otra época, era el destinatario de las políticas de la izquierda: el trabajador.

Tampoco conviene engañarse en mitad de la opereta. Quienes viven plácidamente en el ministerio de la oposición dan saltos de alegría cuando conocemos la penúltima golfada socialista. Y no tanto porque vean el poder más cerca, no es eso, es que hablar de cualquier otro asunto es incómodo para quien se encoge cuando le sacan el comodín de la polarización. Da igual que el español, como demostró durante el covid, sea, en general, sumiso al poder. ¿Cómo llamamos a que el pueblo tema más al poder que el poder al pueblo? Tiranía. Hablar de polarización es un debate interesado que beneficia al que manda. No me critique, está usted polarizando.

Sabemos que la corrupción es el combustible del turnismo, lubricante democrático, la mejor coartada del sistema ahora que llega el calor y el PP está en modo festivo. Hoy reunión con Sánchez (menos mal que Ayuso, Agustina de Chamberí, no se pone el pinganillo), el domingo manifa y en julio cónclave. Hace unos días Almeida proyectó los colores de la bandera de Ecuador en Cibeles por el aniversario de la batalla de Pichincha, que en 1822 propició la independencia ecuatoriana. Somos la única nación que celebra la desintegración de su imperio, pues en Madrid caben todos los acentos, aunque si no tienen dinero para un ático en Velázquez siempre acaban en los mismos barrios. 

Que las cosas nunca cambien también se explica por la derecha mediática, de natural complaciente y bon vivant. Comienza la peregrinación a la virgen del Rocío y Herrera Carlos, flamante —ahora sí— hijo adoptivo de Sevilla, hace el programa desde Sanlúcar de Barrameda. Las marismas de Doñana al fondo, los romeros cruzan el Guadalquivir en las barcazas con sus carretas a cuestas tiradas por caballos, suenan los tamborileros, esas andaluzas vestidas de flamencas, qué espectáculo para la vista y los oídos, pásame la manzanilla y los langostinos que estamos en Bajo de Guía, qué más se puede pedir. A 600 kilómetros de distancia Vito Quiles, que camina más que un peregrino, entrevista a Ábalos, Leire Díez y Aldama en apenas tres días. Sánchez agoniza, pero las grandes cadenas de la derecha están a otra cosa. No hay programas especiales. Falta veneno, sentido del espectáculo, olfato goleador. Mejor un abrazo con Ángeles Barceló en el Vaticano. Están in the garlic, que ya lo vimos durante las protestas en Ferraz. ¿Qué era eso de concentrarse ante la sede de la trama? Qué antidemocrático ejercicio de kale borroka mesetaria, qué impropio de nosotros, los señores de la derecha. 

En mitad del escándalo, casi de tapadillo, PP y PSOE pactan en Castilla-La Mancha aumentar un 60% el número de diputados, que ahí siempre hay consenso. La corrupción, la bendita corrupción, es la que blinda al sistema para que nada cambie y la que impide al buen PSOE desarrollar su agenda social repleta de nuevos derechos. Los ERE son cosa de tres o cuatro golfos, ya lo dijo Manuel Chaves, hoy en libertad gracias al sistema de partidos que enterró a Montesquieu en 1985. 

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