La política no es oficio de caballeros. Por eso su materia está compuesta de mentira, hipocresía, avaricia y soberbia. Y por eso los pocos caballeros incautos que se atreven a adentrarse en ella suelen llevar las de perder: juegan en campo hostil y el árbitro siempre pita en su contra.
La ideología dominante, dividida en facciones aparentemente enfrentadas pero realmente cómplices en la consecución de fines comunes, disfruta del insuperable privilegio de su superioridad moral e intelectual. Los heterodoxos, por el contrario, saltan al terreno de juego lastrados por sus muchos pecados. Los dueños del pensamiento, desde la izquierda explícita hasta la supuesta derecha, no pueden equivocarse: sus acciones y opiniones, hasta cuando provocan desastres o incluso crímenes, siempre son fruto de la buena voluntad. Pero las de los otros, por mucho que acierten y avisen de desastres futuros, siempre son fruto de la ignorancia y la maldad. Deshumanizar al adversario para amordazarlo y ahorrarse debatir. El truco es más viejo que las pirámides, pero sigue funcionando magníficamente.
En las últimas semanas hemos vuelto a comprobar esta doble vara de medir a propósito de la inmigración, nudo gordiano de nuestro tiempo. Y la sorprendente sincronización del fenómeno ha demostrado una vez más que las grandes líneas de la política mundial no las marcan los gobiernos nacionales, sino las instancias, públicas o discretas, que los gobiernan a ellos.
El gobierno alemán, por ejemplo, ha decidido deportar a veintiocho criminales afganos que, llegados bajo la etiqueta de refugiados, se dedicaron al oficio de violador. Ha sido la primera vez que se toma esta decisión, mero maquillaje propagandístico para un problema formado por millones de personas. Y hasta el progrérrimo Trudeau ha anunciado en Canadá su voluntad de restringir la inmigración. Este tipo de decisiones, sólo reclamadas hasta hace unos días por la malvada extremaultraderechafascista, eran descalificadas por la unánime conciencia universal. Pero ahora, de repente, han alcanzado la respetabilidad. Pero que nadie se lleve a engaño: ello se debe a que hasta los más férreos doctrinarios del progresismo han comenzado a comprender que en todos los países occidentales se está llegando a un nivel de hartazgo que no ha hecho más que provocar sus primeros estallidos. De ahí estas pequeñas operaciones de maquillaje que acabarán quedando en nada.
En España, obediente como siempre, ha sucedido lo mismo. Tras años de risas, indignaciones e insultos a VOX por proponer medidas contra el caos inmigratorio —risas, indignaciones e insultos que han partido tanto de los izquierdistas de Sánchez como de los derechistas de Feijoo—, de repente ambos partidos anuncian, por primera vez, la necesidad de dictar medidas contra el caos inmigratorio.
Pero, ¡atención!: cuando la extremaultraderechafascista de VOX sostenía esas opiniones, se debía a su egoísmo, su maldad, su inhumanidad. Por el contrario, cuando socialistas y populares fingen cambiar su enfoque para evitar que aumente el descontento social, se debe a su voluntad de justicia y humanidad. Nunca lo olvidemos.
Evidentemente se trata de una nueva farsa que no impedirá la sustitución de poblaciones que fue decidida hace décadas por los que mandan y que ya no tiene vuelta atrás por muchos afeites que se apliquen. Y no tiene vuelta atrás debido a la inestimable colaboración de unos europeítos que, muy mayoritariamente, se niegan a trabajar, a tener hijos y a pasar el testigo a las siguientes generaciones.
En el improbable caso de que algún dirigente de VOX tenga la ocurrencia de leer a este réprobo juntaletras, les propongo humildemente desde aquí que no dejen pasar la oportunidad de felicitar a socialistas y populares por haber comprendido finalmente que la odiada extremaultraderechafascista tenía razón. ¡Bienvenidos a la sensatez! Ya nos hizo saber san Lucas que hay más gozo en el cielo por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos.
Y para redondear tanto alborozo, propónganles que abandonen sus respectivos partidos y se afilien todos al de Abascal. Porque así, todos los políticos de acuerdo y todos a una, podrán conseguir que España vuelva a ser grande otra vez.