A la España alegre y faldicorta, la de los tatuajes, el déficit calórico, la silicona y la que canta «mi nombre suena bien con tu apellido» (canción dedicada, también, por el PSOE al Régimen del 78), le traen sin cuidado Thierry Breton y sus minions, que se prodigan fabulosamente en los medios «serios» estos días. A una le gustaría hacer como al noble pueblo español y pasarse la misiva amenazante del burócrata por el chiringuito, pero compromiso columnístico en la prensa desacomplejada obliga.
Breton, como von der Leyen, es el paradigma de la oligarquía bruselense: gestor discreto, por no decir mediocre, y exministro, en este caso de Economía, al que salpicaron distintos escándalos antes y después de su llegada al ministerio. La venta de Vivendi Universal a Thomson multimedia, compañía de la que era presidente, o las cuentas —supuestamente falseadas— de la química Rhodia, sociedad en la que ejerció de administrador, le valieron ser investigado en una docena de ocasiones por las autoridades del país vecino. Terminada la aventura ministerial, su contratación como consejero por la rama norteamericana de Rothschild & Cie. tampoco estuvo exenta de polémica. Ésta se produce pocos meses después de haberse alcanzado un acuerdo en Bercy (sede del Ministerio de Economía francés) con los bancos Lazard y Rothschild que aseguraba un tratamiento fiscal favorable para los directivos de ambas instituciones financieras.
Del pasado de este sujeto jamás leeremos una línea en los diarios habituales, alineados moralmente en su cruzada anti X con el camarada-comisario censor al que nadie ha votado, como a todos los demás. Aquí, Steven Cheung, portavoz del equipo de Donald Trump, tiene cierta razón al calificar de «organización extranjera no democrática» a la UE. Pero lo fundamental es que parte de lo anterior, si no todo, puede encontrarse en la mencionada red social sin mayor problema: se trata de un extracto del telediario de France3 del año 2012 colgado por un medio independiente que ha utilizado como fuente los archivos de la televisión francesa (INA). No descarto que Putin esté detrás de ello —esperando que un editorial del diario conservador nos lo aclare—, o quizá Trump, aunque no lo parece.
Es cierto que el camarada-comisario Breton nunca fue condenado y que su actividad como administrador empresarial o ministro datan de hace un tiempo. Sin embargo, gracias a X podemos conocer algo más del personaje y sorprendernos, o no, al constatar que las trayectorias profesionales de nuestras élites, o más bien las «dificultades» con las que se han topado en el ejercicio de sus funciones, se parecen. Twitter, en ocasiones, tiene su utilidad. Soy consciente de que escribir este tipo de cosas es profundamente nacionalista, populista, reaccionario, maurrasiano (¡condenable por S.S. Pío XI!) y hace llorar a Stefan Zweig en el más allá, por lo que imploro su perdón, querido lector. De la misma manera que me han abierto los ojos sobre el maravilloso proyecto integrador que Schuman y Monnet querían para Europa (un nuevo continente lleno de manadas y manadas verstringianas, ¡y a fe mía que lo estamos consiguiendo!), quizá no sea descartable que lo de Breton sea por nuestro bien.
Dicho esto, el problema del camarada-comisario y sus minions de la prensa «seria» con la red social X es su carácter incontrolable, cuando no las malas experiencias personales con el invento. A algunos les parece difícil convivir con una plataforma que provee a los europeos de información no filtrada por parte de medios alternativos. Nuestro trabajo, no el de Breton, es el de procesar dicha información. Llama la atención que en su etapa a.M. (antes de Musk), cuando Twitter era una zahúrda de wokismo, aquí no rechistaba nadie. La red social no se libra de ninguno de los defectos de sus congéneres y es pura ontología de la puñalá y metafísica del aburrimiento. También sabemos que el cambio no vendrá de ahí. Pero es una herramienta. El afán por la censura y el tutelaje para que no seamos víctimas de la desinformación remite a lo peor de las dictaduras. Y, sobre todo, no cuela. Que les conocemos como si les hubiéramos parido.
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