Ciudadanos se distingue de los dos grandes partidos del sistema, PP y PSOE, en que ofrece un amplio programa de reformas estructurales en los campos institucional, económico, territorial y educativo destinado a corregir bastantes de las deficiencias endémicas que han llevado a nuestro país a una deuda pública equivalente a toda la riqueza que producimos en un año y a una alarmante falta de competitividad en el escenario global. Un ambicioso plan integral que, a diferencia del de Podemos, es sensato y de posible realización sin arrasar con todo lo que hay y provocar en consecuencia mayores males que los que se pretenden enmendar. Sin embargo, existe un punto negro del llamado régimen del 78 que sorprendentemente Albert Rivera no parece dispuesto a eliminar. Es bien sabido que tanto Radio Televisión Española como las televisiones autonómicas han sido y son una fuente de despilfarro escandaloso y un instrumento de politización sectaria en manos de los gobiernos de turno hasta el punto que algunas -véase la valenciana- se han visto obligadas a echar el cierre por quiebra irreversible.
También es conocido que la red de canales públicos, tanto el nacional como los regionales, exhiben plantillas hipertrofiadas cuya comparación con las privadas debería provocarles sonrojo y que demuestran una productividad inaceptablemente baja. Sus audiencias, por otra parte, son ínfimas al lado de las acaparadas por Antena 3, Telecinco, la Sexta, la Cuatro y otras más modestas pero incisivas como Intereconomía o la Trece, o la proliferación de ofertas de las plataformas digitales o por cable que cubren un vasto abanico temático y de contenidos. El nepotismo, el amiguismo y el enchufismo que reinan en las televisiones públicas en España son legendarios, multiplicando el número de directivos y gerifaltes con generosos sueldos hasta un punto que ningún organigrama racional contemplaría. Siendo mantenidas por el erario, al que en muchos casos se suma la publicidad, ejercen una descarada competencia desleal con las privadas, con lo que no sólo aumentan el grado de ineficiencia de nuestro sistema productivo, sino que encima frenan la creación de empleo en la parte sana de su sector de actividad. La excesiva influencia de los sindicatos en su funcionamiento, masa salarial y organización, incrementan aún más su pésima gestión y su precaria situación financiera. Si a todas estas características negativas se añade que gran parte de su programación es subcontratada externamente a productoras que con frecuencia mantienen oscuras relaciones con aquellos que les asignan jugosos contratos desde dentro de las empresas contratantes, el cuadro general muestra un cúmulo de abusos al que una formación política que se pretende seria, y Ciudadanos lo es, habría de poner coto.
Por tanto, la propuesta de los naranja de poner parches a un panorama que demanda cirugía radical, ha suscitado la incomprensión cuando no el rechazo de una fracción significativa de sus potenciales votantes. Mi explicación a tan insatisfactorio planteamiento es que nos encontramos ante una cuestión estrictamente táctica. Un enfrentamiento a cara de perro con las televisiones públicas en una etapa pre-electoral en la que Ciudadanos aspira como mínimo al segundo puesto en la carrera hacia La Moncloa sería sin duda extremadamente arriesgado. Por tanto, cabe la fundada esperanza de que la aplicación temporal de la doctrina – léase a Clausewitz– de que no es inteligente combatir a todos los enemigos al mismo tiempo no impida que también en este asunto Rivera y sus equipos tengan las ideas claras y actúen en consecuencia llegada la ocasión propicia. Se dirá que este enfoque representa un optimista acto de fe, pero a la vista de lo que hay y de lo que nos amenaza estaremos de acuerdo en que o confiamos en alguien o nos retiramos al desierto subidos a una columna al modo estilita. Confiemos, pues, y a lo mejor esta vez hay suerte.