Corría por la Gran Bretaña un secreto a voces. Era una práctica más discreta que opaca, dado que formaba parte de la panoplia de actuaciones que los buenos funcionarios post victorianos cumplían en los hospitales públicos del Reino Unido. Se trataba de que los restos humanos de los fetos arrancados del vientre materno, bien dolosamente, bien por los caprichos del cuerpo humano, se recogían para alimentar la calefacción. Piensen en toda la energía que puede desprender un cuerpecito en las condiciones adecuadas, y el calor que irradiará, por las tuberías de los hospitales públicos, a las habitaciones. El derecho a decidir llega hasta el termostato. Una incineración prematura y útil.
La hoguera de las banalidades. La banalidad del mal. Con este sintagma se refería Hannah Arendt al funcionario Adolf Eichmann, un hombre sin los atributos de un ideólogo del mal, un servidor público que cumple su trabajo, piensa en avanzar en su carrera, y pone su labor al servicio de una maquinaria infame. Arendt recibió agrias críticas por rebajar la magnitud del mal al inconsciente o amoral comportamiento burocrático. Para realizarlo, dijeron algunos críticos, el “individuo Eichmann” debe revestir su quehacer con una ideología.
Dándole oxígeno a las calderas de los hospitales públicos británicos había no una, sino dos ideologías. Una, la del aborto. Otra, la de la ecología. El material sobrante, el combustible humano, encaja perfectamente dentro del programa waste-to-energy, es decir, “del deshecho a la energía”. Forma parte de un programa que se podría traducir así: “Piensa en verde. Actúa por un futuro más sostenible”. Polvo eres, y en polvo te convertirás, en un camino directo al limbo.
Jonathan Swift escribió un breve ensayo con un título del que se ha abusado hasta la náusea: A modest proposal. Su modesta propuesta buscaba solucionar con un esquema racional y sencillo dos problemas. Uno, la pobreza de las familias irlandesas, y en particular la de los niños. Y dos, las necesidades de alimento del cuerpo humano. Bastaría con que los irlandeses vendiesen a sus hijos a los adinerados ingleses como comida. Un círculo perfecto que acabaría radicalmente con la pobreza infantil. ¡Cuántos problemas no se solucionarán a diario gracias al aborto! Incontables. Ahora el aborto ha llegado al colmo del refinamiento; el servicio al confort.