Nadie pone en duda que para salvarse de la desaparición o de la caída en la insignificancia como le sucedió a la Democracia Cristiana de Aldo Moro, al Partido Socialista de Benito Craxi, a las formaciones de la IV República francesa que el regreso de De Gaulle al poder se llevó por delante o a la UCD de Adolfo Suárez, los grandes partidos del sistema de 1978, PP, PSOE e IU, estaban obligados a una renovación total de sus cúpulas, cuya simple aparición en la pantalla del televisor suscitaba arcadas en millones de españoles. Este cambio de caras, de imagen, de lenguaje y de propuestas, debería responder a la realidad que ha impuesto la necesidad de esta sustitución. Una primera tentación es realizar la operación bajo las premisas «más guapos, más jóvenes, más carismáticos, más cercanos y más sueltos». Así se ha procedido de momento en el PSOE y en Izquierda Unida. No cabe duda que reemplazar a un señor bajito, enteco,con barba canosa, mirada mefistofélica y gestos de personaje taimado de novela negra por un tipo alto, atlético, perfectamente rasurado, con sonrisa de anuncio de dentífrico y rasgos bien dibujados, puede representar una mejora de cara a un electorado desencantado e irritado. Lo mismo cabe afirmar del paso a la reserva de un dirigente entrado en años transpirando comunismo rancio y melancolía ante las injusticias del mundo para dar entrada a un joven dinámico de alba camisa ansioso de alcanzar la cima de la fama y que rezuma frescura y novedad. Hasta aquí, vale. Como el PP es incapaz de devolver a su jefe de filas al registro y sacar de la chistera un modelo de publicidad de máquinas de café expreso denso y sensual, sus rivales le han tomado ventaja en el terreno estético.
Sin embargo, una vez solucionada la forma, habrá que prestar alguna atención al contenido. Y es ahí donde empiezan a surgir problemas, serios problemas. Porque además de gustar, y yo no niego que gusten, Pedro Sánchez y Alberto Garzón vienen obligados a formular algunas ideas con sentido en los campos de la economía, las instituciones, la corrupción, la estructura territorial del Estado, el modelo educativo, el papel internacional de España y demás asuntos propios del gobierno de una nación desarrollada, europea y occidental. Francamente, lo que hemos visto y leído hasta ahora es para echarse a llorar. Sánchez ha lanzado la original medida de suprimir el Ministerio de Defensa, se supone que con gran regocijo del Estado Islámico, de la República de Irán, de los piratas somalíes y del Reino de Marruecos y, no contento con tal demostración de rupturismo imaginativo, nos ha comunicado que fue un error consagrar en la Constitución el principio de estabilidad presupuestaria porque, como todos sabemos, el problema del exceso de deuda se arregla con más deuda. En cuanto a su extraño artefacto federal con piezas confederales en un país desgarrado por el separatismo, mejor no hablar por caridad cristiana. Y el brioso doncel Garzón, se prepara a adaptar su programa a un futuro encaje en Podemos, o sea, el chavismo-castrismo instalado en el extremo sudoccidental de la Unión Europea.
Por ahora, esto es lo que da de sí la renovación, o sea, la eliminación de las elites extractivas desaprensivas y cleptocràticas para entronizar la era de la levedad mental y el colectivismo a la cubana. ¿Dónde queda el aeropuerto más cercano?.