«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Ilicitana. Columnista en La Gaceta y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La Gaceta y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

Caminar sobre los muertos

10 de junio de 2025

La estatua ecuestre de Juana de Arco erigida en la Plaza de las Pirámides de París fue vandalizada el pasado mayo durante las celebraciones de la final de la Copa de Europa. Los bárbaros, así los calificó el ministro del Interior francés, Bruno Retailleau, eran jóvenes aficionados del Paris Saint Germain; en su mayoría población alógena de tercera generación. Uno de ellos, embozado, se encaramó a la cabeza de la heroína; otro, negro a cara descubierta, subido a la región cervical del équido broncíneo, abría los brazos como si culminara una conquista. La imagen es el reflejo del fracaso del modelo de esa Francia «black, blanc, beur» (negra, blanca, magrebí) que se viene imponiendo desde hace décadas. El salvajismo no es más que pura fricción, la chispa que salta cuando a culturas primitivas importadas en masa se les aparca en edificios de arquitectura brutalista y no se les propone más que la sociedad líquida y de consumo. La deriva «black, black, beur»; o bien «beur, beur, black» de nuestros vecinos aleja al país galo de aquello que Alain Peyreffite puso en boca del General De Gaulle: «Seguimos siendo, ante todo, un pueblo europeo de raza blanca, de cultura griega y latina, y de religión cristiana». La efigie de Juana de Arco maltratada por uno de los vectores del terror mundialista simboliza el derrumbe de esa población.

La heroína medieval, patrona de Francia, y su amor casi místico por la tierra de sus ancestros, encarna el milagro moral del Bien. Su figura, telúrica y celestial, mitológica y carnal, inmemorial y eterna, abre un resquicio en la condición humana —disuelta en la desesperación— y deja pasar una luz que viene de otra parte. La doncella de Orléans es ontológicamente leyenda. Juana de Arco, santa y mártir católica, señorea los siglos, intempestiva, y nos remite al Cielo. La estatua áurea de la pucelle cabalga de época en época para que, ahora, rechacemos vivir en una sociedad que se odia a sí misma. 

Desde Pyramides, cruzando el Sena y andando veinte minutos en dirección sur, sobre una plaza, retranqueada detrás de la Fuente de los Obispos, se encuentra la iglesia dedicada a Sulpicio Pío. El corazón del barrio germano-pratense no invita mucho al recogimiento sino al zascandileo y el pavoneo. Centro neurálgico de la burguesía-bohemia, con sus cafés, brasseries de renombre y tiendas caras, sus callejuelas recuerdan todavía el origen medieval —benedictino— de ese trozo de París. En el imaginario de un xenial, esos rincones podrían ser el escenario de una película de Cédric Klapisch o de una canción de Carla Bruni.

Pocos días después de los disturbios que siguieron a la victoria del PSG, se celebró en Saint Sulpice, como una brecha en la contemporaniedad, la Misa vetus ordo que dio inicio a la peregrinación anual a Chartres organizada por Notre-Dame de Chrétienté. Veinte mil personas, en su mayoría jóvenes y familias, venidas de todas partes del mundo, recorren en tres días los algo más de cien kilómetros que les llevarán a celebrar Pentecostés en la catedral gótica que custodia la Sancta Camisia. Las conversiones al catolicismo crecen notablemente año tras año y, particularmente en Francia, lo hacen a expensas de nuevos fieles que se acercan al tradicionalismo, también como una manera de reafirmar la identidad cultural francesa. Arrodillados en el barro, grupos de scouts vinculados a la liturgia tridentina, monjas, padres de familia y adolescentes, reciben la Comunión cada día y alimentan su fe con la belleza del rito. En los campamentos, entre confesiones con sacerdotes y sopa de rancho comparten el silencio, cantos y oración.

Dice el filósofo Robert Redeker que caminamos sobre los muertos. Él habla de Francia, pero aplica igual al resto de Europa. Esa Europa cuyos valores nada tienen que ver con los del engendro tecnocrático bruselense. «Los héroes constituyen el solar de la patria, su carne, al descomponerse, la abona, configura su geografía hexagonal». Pero, advierte, en lo que respecta a los héroes, el suelo también es cielo. Sus restos son el polvo de nuestros campos, la savia de prados y bosques y, sus almas, anclas en el cielo a las que debemos asirnos. «Juana de Arco representa el suelo de nuestra patria, pero también es cielo; llamada y futuro».

En la festividad de Pentecostés, los jóvenes peregrinos guardianes de la tradición, han marchado, a través de campos de trigo, colinas y arroyos, sobre el suelo de los héroes y los santos que dieron su vida por la Francia (o la Europa) eterna. He ahí una revolución.

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