A la frustración cada vez más profunda entre sus votantes, se sumaron la mejora en las encuestas de su principal rival político, el efecto abrumador de una militancia woke exacerbada y el inminente desembarco de Donald Trump en la Casa Blanca. En ese contexto adverso, Justin Trudeau no pudo resistir el creciente reclamo de dimisión proveniente de su propia formación política y el lunes pasado anunció su renuncia como primer ministro de Canadá, cargo que ejerció durante nueve años.
Desde el inicio de su gestión, Trudeau había mostrado un fuerte compromiso con la Agenda 2030. Esa iniciativa global adoptada por los Estados miembros de la ONU en 2015, establece 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS) que buscan erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad general. Canadá se comprometió a cumplir con esos objetivos como parte de su política internacional y nacional. El gobierno canadiense, durante la gestión Trudeau, adoptó formalmente la Agenda 2030 y los 17 ODS como parte de su programa político. A través de diferentes políticas de estado, como la estrategia de cambio climático y la política de desarrollo internacional, ha trabajado para alinear sus esfuerzos nacionales con los objetivos globales. El gobierno de Trudeau ha tomado varias iniciativas en esa línea y ha hecho de la lucha contra el cambio climático una prioridad de su gobierno. Introdujo políticas como el impuesto al carbono, ha trabajado en la implementación de energías limpias y la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Además, fue uno de los firmantes del Acuerdo de París para frenar el calentamiento global. También abrazó las banderas del colectivo LGTB, el aborto y la educación sexual integral de manera casi fanática.
Paralelamente, una serie de escándalos comenzaron a quitarle brillo a su gobierno: se descubrió que había violado las reglas federales sobre conflictos de intereses en el manejo de una investigación de corrupción (el caso SNC-Lavalin) y en viajes de lujo a las Bahamas. En 2020 recibió críticas por elegir a una organización benéfica vinculada a su familia para gestionar un importante programa gubernamental. Así comenzó el declive: en las elecciones generales su partido quedó reducido a una minoría, por lo que los liberales empezaron a depender del apoyo de otras fuerzas para mantenerse en el poder. En las elecciones anticipadas de 2021 su suerte no mejoró.
Más recientemente, Trudeau y su popularidad se vieron golpeados por el aumento del costo de vida y la inflación, motivo del revés electoral sufrido por distintos gobiernos alrededor del mundo. Además, su promoción de una agenda demasiado cargada sólo de promesas contribuyó a aumentar la insatisfacción. Su manejo de la inmigración fue otra fuente de descontento; la realidad golpeó a su puerta: el año pasado los liberales se vieron obligados a abandonar su tradicional política de puertas abiertas y recortaron significativamente el número de extranjeros que recibieron autorización para instalarse en Canadá.
Paul Wells, periodista político canadiense y autor de un libro centrado en su figura dijo recientemente a la BBC que Trudeau será recordado «como un primer ministro importante», sobre todo por haber ofrecido liderazgo en temas como la reconciliación indígena y la política climática. Sin embargo, también cree que Trudeau es alguien «que se percibía cada vez más desconectado de la opinión pública y cada vez más incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos».
El último verano los votantes rechazaron a candidatos liberales en varias elecciones en circunscripciones que hasta entonces habían sido bastiones del partido de Trudeau. El alto costo de la vivienda ha sido una de las causas de su pérdida de popularidad.
El primer ministro se había convertido en una figura cada vez más polarizante para el electorado: al momento de su renuncia, Trudeau dijo el lunes «es hora de reiniciar» la política canadiense. “Este país merece una elección real en las próximas elecciones, y me ha quedado claro que, si tengo que librar batallas internas, no puedo ser la mejor opción en esas elecciones», remató en la rueda de prensa.
La inestabilidad política y la partida de Trudeau se producen cuando Canadá enfrenta una serie de desafíos, entre ellos la promesa del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, que asumirá el cargo el 20 de enero, de imponer aranceles del 25% a los productos canadienses.
Las encuestas mostraron la caída constante de la popularidad del joven globalista; los cambios de gabinete que se intentaron no mejoraban las cosas porque lo que fallaba no eran las formas sino el fondo, el rumbo general de su administración. La sombra del candidato conservador acechaba y los sondeos lo daban ganador por amplio margen si las elecciones se llevaran a cabo ahora. Sin embargo, Trudeau daba muestras de resistencia y de estar dispuesto a enfrentar a su rival político, ideológicamente en las antípodas del globalismo woke militado por el primer ministro. Sin embargo, la renuncia de su segunda, la exministra de Finanzas Chrystia Freeland a mediados de diciembre, terminó de desestabilizarlo. Esa colaboradora era una pieza clave del gobierno y se apartó por diferencias con Trudeau, quien intentaba seguir adelante con costosos programas sociales; los miembros de su propio partido comenzaron a dejar claro públicamente que ya no apoyaban su liderazgo.
En síntesis, la administración Trudeau hizo mucho daño a Canadá y desembocó en una profunda debilidad política y económica. No supo dosificar sus preferencias personales y saturó con ideología woke a una sociedad que, finalmente, reaccionó. La próxima asunción de Donald Trump terminó por detonar una situación política débil e insostenible. El efecto del liderazgo mundial del magnate americano se empieza a sentir aún antes de su llegada al Salón Oval.