Pedir la movilización del voto antinacionalista en Cataluña es de las cosas más trabajosas y complicadas que se me ocurren. Los que lo hacen se dirigen a uno de los sectores de la sociedad más maltratados de España. Aquellos que han sido abandonados y traicionados por los partidos nacionales una y otra vez desde tiempo inmemorial.
Muchas veces me pregunto cómo resisten esos catalanes sin caer en la trampa diaria que es el nacionalismo. Sin ser seducidos por la comodidad de dejarse llevar por el ambiente en aras de una vida más cómoda. Para ellos y para sus hijos. Cuando hablo de nacionalismo no sólo me refiero a Junts o Esquerra, estoy hablando del tapado —cada vez menos tapado—, del PSC, partido nacionalista y clasista por antonomasia, por más que intente vestirse de mujer decente en cada campaña electoral.
Me duele cuando escucho a muchos españoles decir que votarían la independencia de Cataluña con tal de no soportar la molestia —que no es pequeña— del separatismo catalán. Esta región, tan española como La Rioja, Extremadura, Galicia o Murcia, ha sido presa de una política mentirosa y atrabiliaria durante cuatro décadas dopada con dinero de los gobiernos centrales para hacer crecer el monstruo que sufrimos. Y de esto somos todos responsables por haber consentido que pactos como el del Majestic fueran lo normal para que el partido del momento, en este caso el Partido Popular, pudiera gobernar cuatro años. Todos cerramos los ojos y seguimos votando igual. Fue una ceguera colectiva, o más bien un mirar para otro lado. Mientras los partidos nacionales jugaban a corto plazo, el nacionalismo lo hacía a corto, medio y largo. Para más inri el PP fue víctima posterior del Pacto del Tinell que estableció el cordón sanitario de socialistas, convergentes y ‘esquerros’ contra él —ahora el agraciado por este apartheid es VOX—. Por desgracia, los populares no parecen haber aprendido la lección después del Tinell y el ‘prucés’, y todavía miran con ojos golosones a Junts, o al PNV en las Vascongadas, como si fueran lo que quieren ser de mayores. La guinda del truculento pastel la puso la huida de los que constituyeron en su momento la gran esperanza antiseparatista, Ciudadanos. Nuestros sufridos catalanes encajaron otra sonora bofetada.
Con este panorama no es de extrañar que en las elecciones autonómicas Cataluña tenga una media del 40% de abstención.
¿Seguiría usted votando a aquellos que lo han traicionado? El resultado de este drama es que desde hace años son los partidos hispanófobos los que han decidido las políticas catalanas. Y sí, sigo incluyendo al PSC como tal.
Sin embargo, y a pesar de todo lo relatado hasta ahora, hay motivos para la esperanza. El cambio es posible. Aunque si somos realistas, sabemos que esto no es inminente. De la misma forma que el nacionalismo trabajó a futuro, es necesario que ahora la Cataluña resistente al pensamiento único abandone la abstención y se mueva. Dejar de votar es abandonarse al mal, abocar a nuestros hijos a una Cataluña cada vez más dictatorial, más estrecha y excluyente. Otra región, como la vasca, que incita a marcharse a todo aquel que no comulga con los postulados separatistas. Votar en contra de esta marea tóxica es quedarse. Es reivindicar la casa propia, la libertad y el aire para respirar lejos de ese clima asfixiante que el nacionalismo ha creado.
Si ser es defenderse, tal y como reza la cabeza de LA GACETA recordando a Ramiro de Maeztu, este es el momento de votar en defensa propia. Reflexionar sobre qué voto es el que le permite ser usted mismo, y trabajar para que Cataluña tenga un futuro seguro, libre y próspero que afronta los problemas reales con los que se enfrentan los catalanes cada día. Está en su mano.