Si tuviéramos que definir el programa político del grupo “Podemos” y su peculiar líder Pablo Iglesias, cabría encuadrarlo en la familia de las declaraciones programáticas revolucionarias interesadas en halagar a una población adolescente tardía, frustrada por un accidentado acceso al mundo propio de la madurez más que por la presente crisis, infectada por una utopía idealista propia de la juventud y encaminada a escandalizar a la burguesía en la más pura tradición iconoclasta de un marxista ortodoxo.
Como todo idealismo, debe verse con reservas, ya que entre ellos se esconden pretensiones inaceptables para cualquier persona amante de la libertad. El igualitarismo que pretende atenta contra la libertad de una mayoría y como tal solo es imponible a través del ejercicio de la fuerza. Es una experiencia cuyos últimos bastiones se derrumbaron con el colapso del Imperio Soviético. Quedan caricaturas en naciones subdesarrolladas condenadas a la miseria. Ante tal resultado, caben dos preguntas:
La primera: ¿De verdad creen en la viabilidad de lo que afirman o se trata de un recurso de marketing para atraer al permanente porcentaje descontento de la población y a partir de ahí formar un nicho político que les financie su vida? Estamos acostumbrados a ver como políticos profesionales se mantienen a costa de sus bases, no sería ninguna novedad.
La segunda: ¿Cómo es posible reunir tantos votos aparentemente extremistas en una sociedad como la española? La crisis ha generado mucho descontento, sin duda, aunque a esta cuestión habría que buscarle además otras respuestas: Quizá no sea políticamente correcto o electoralista afirmarlo, pero es un hecho: la juventud actual que se supone mayor de edad a los dieciocho años no tiene nada que ver con la de generaciones pasadas, que empezaban a trabajar y a asumir responsabilidades mucho antes. Es decir, gracias a una mejora general en el nivel de vida, los estudios se prolongan hasta edades más tardías y la incorporación al mundo real se realiza más tarde. Se prolonga la adolescencia y con ella el benéfico idealismo del joven cuya generosidad está condicionada por una carencia de responsabilidad, posición o bienes y está ansioso por abrirse un hueco en la colectividad. Es normal que reaccione violenta o airadamente contra el sistema. Es de libro, baste recordar que ha ocurrido en todas las generaciones. ¿La ventaja? Como hay menos jóvenes el peligro de un conflicto bélico es menor, ¡los ancianos no hacen las guerras! Por otro lado tenemos un sistema educativo y formativo muy deficiente, protector en extremo y que no fomenta el sentido crítico ni una visión pragmática de la realidad.