Me han sorprendido mucho las muchas sorpresas por mi candidatura al Senado en la lista de Vox de la provincia de Cádiz. Cuando digo «sorpresa»… no uso un eufemismo. Los conocidos y saludados, una vez repuestos del estupor, me dan la enhorabuena, ofreciéndome el voto o no, naturalmente, pero sin una sola reacción desagradable. En cambio, la sorpresa general entre compañeros de trabajo y colegas de escritura me parece profundamente significativa.
Cierto que no estoy afiliado, por un prurito de ostentar mi independencia intelectual, aunque, si lo estuviese, tampoco sería menos libre ni menos sujeto a mi conciencia. Pero soy patrono de honor (de honor en sentido literal) de la fundación Disenso y desde antes de la fundación de Vox ya clamaba por la necesidad de un partido que representase unos ideales y principios que no sólo estaban huérfanos, sino que eran sistemáticamente malvendidos. Agustín de Foxá preguntaba si, siendo gordo, conde y fumador de puros, podía ser otra cosa que de derechas. Como Foxá, siendo yo, a lo Menéndez Pelayo, un español incorregible y un católico a machamartillo, no diría que me sobran alternativas en el panorama político español. Una hay, y me doy con un canto en los dientes.
Descartada la sorpresa en lo referente a mi perfil, he detectado otras dos fuentes de perplejidad. La primera: el compromiso político. Algunos amigos letraheridos que me tenían calado de lo mío, se asombran de que abandone nuestra común torre de marfil. Que la abandone o no, dependerá de los electores gaditanos, y el sistema de elección senatorial no ayuda; pero, aun así, ya el paso dado hacia la puerta les extraña.
El compromiso político práctico es una opción más dentro de la libertad, pero una opción muy lógica, si se piensa, entre pensadores y escritores. La política la mueven las ideas y su medio —más que el poder, como piensan tantos— es la palabra, esto es, la comunicación y el convencimiento. No es extraño que tantos escritores hayan dado el paso, casi siempre hacia el Senado, como manda la tradición. A bote pronto, recuerdo a Carlos Barral, a Álvaro Pombo, a Fernando Savater y a Andrés Trapiello. El compromiso, siéndolo con la verdad y el buen sentido, desde la posición política de cada uno, no hace mal al escritor ni viceversa.
De hecho, presentarse ya presta un primer servicio público: hacer constar el valor de la palabra en la política. En segundo lugar, hacerlo por cualquier partido que no sea de aquellos que se han apropiado de la cultura presta otro servicio público. Lo avisa inmejorablemente bien el poeta Juan Antonio González-Iglesias: «Como mínimo, todas las posiciones del arco parlamentario son legítimas para los poetas, no sólo las de medio arco parlamentario». Y añade: «Teniendo en cuenta, además, que el parlamento es un hemiciclo, concedámonos un círculo completo y, si podemos una espiral, por lo menos. Pero no un cuadrante, un quesito parlamentario: eso no tiene sentido». Siendo verano, da gusto abrir al máximo la ventana de Overton, para que entre el fresco.
Sólo nos queda una sorpresa. La más sorprendente. La más común. Amigos, conocidos, saludados y lectores que saben de sobra cómo pienso se extrañan de que me presente… en las listas de Vox. ¿Y dónde lo iba a hacer? Aún es más extraño, porque ellos piensan en muchísimas cosas (o en muchísimos extremos, si me permiten la autoironía) como yo. Su sorpresa evidencia el desconocimiento prejuicioso de las propuestas de Vox.
Tanto que se me ha ocurrido proponerles una cata a ciegas, como en las bodegas. No nos fijemos en qué partido propone qué cosas y expongamos desnudas de etiquetas y marcas comerciales las políticas, incluso en los temas más controvertidos. Para la protección de la mujer, endurecer las penas de cualquiera que perpetre violencia intrafamiliar. Les parece necesario. Políticas contra la ocupación. Urgentes. A favor de ordenar la inmigración ilegal. Por favor. Libertad de educación en la lengua materna. Ya. Menos gastos en chiringuitos y sindicatos. Por piedad. Igualdad ante la ley de mujeres y hombres. Por supuesto. Proteger nuestras fronteras. Elemental. Explotar nuestros recursos. Imprescindible. Un plan hidrológico nacional. ¿Cómo no lo hay? Un plan energético nacional. Sí, gracias. Un europeísmo exigente y orgulloso de nuestra identidad nacional. Venga. La defensa de la vida y la promoción y la ayuda a la natalidad. Es vital. Y podríamos seguir. La cata a ciegas, lo digo seriamente, con independencia de que me gusten todo tipo de catas, como a Foxá, acaba con las sorpresas, con las sorprendentes sorpresas.