Distingo a la perfección a los buenos catalanes y a los separatistas aldeanos. Esos que han convertido Barcelona en una aldea cuyo campanario es la Sagrada Familia de Gaudí, que está inconclusa, como la sinfonía de Schubert. “Voy a Barcelona porque me he comprometido. Voy a Barcelona aunque exista el peligro de un atentado anarquista. Voy a Barcelona porque es una maravillosa ciudad española que ha reclamado mi presencia. Y por otra parte, presidente, voy sin preocupación. Me asusta más Gaudí que los anarquistas”. Don Eduardo Dato asintió sonriente a la respuesta de Alfonso XIII a su solicitud de suspender un viaje Real a Barcelona sostenida por informes secretos de un posible atentado anarquista contra la persona del Rey.
Muchos buenos catalanes han sido colaboradores por comodidad de la putrefacta política catalana
Los buenos catalanes son más que los separatistas. Pero también es cierto que muchos buenos catalanes han sido colaboradores por comodidad de la putrefacta política catalana. La media y alta burguesía de Cataluña, en la actualidad asustada y quizá arrepentida, ha ingresado durante cuarenta años el 3% de las concesiones y beneficios de sus empresas en los amplios bolsillos de Pujol y el resto de su banda organizada. Otros buenos catalanes no lo hicieron, y muchos de ellos viven fuera de Cataluña, ajenos a extorsiones, chantajes, comisiones y estupideces catalanistas.
Una sociedad se destapa cuando pasa por alto todas las calamidades que padece y obvia la pútrida gestión política y económica de su territorio, y se une en el dolor por la pérdida de un futbolista. Ahí, en ese dolor profundo, se unen los buenos catalanes y los peores catalanistas. Se ha ido Messi del Fútbol Club Barcelona, y muchos de sus adoradores se han apercibido, por este simple hecho mercantil y comercial, que no deportivo, que su Cataluña ha iniciado su autodemolición. Más aún cuando se han enterado de que Andalucía, la despreciada e insultada groseramente por Pujol, ha adelantado a Cataluña en la creación de empresas y puestos de trabajo. Pero el ejemplo es Messi.
Los miles de millones de euros que ha ganado Messi en el Barcelona (…) no han servido para mantenerlo. Quiere más. Y se ha ido llorando, pero no cediendo
Messi es multimillonario gracias al Barcelona. Ha respondido con su forma excepcional de entender y jugar al fútbol, que ha dado al Barcelona su mejor y más extendida en el tiempo época de triunfos. Pero lo ha hecho arruinando con sus pretensiones económicas insaciables la estabilidad del Barcelona, club riquísimo y baluarte de Cataluña, si bien tiene en el resto de España –o tenía-, centenares de miles más de seguidores que en Cataluña. Messi ha superado el límite de lo admisible. Por su culpa, y la administración pueblerina del “Barça” así lo demuestra, el gran club barcelonés adeuda más de 1.700 millones de euros, a los cuales hay que sumar los casi 500 que perdió en la última temporada.
“Gracias a Di Stéfano lo conseguimos”, reconoció Bernabéu, por cuyas manos pasaron miles de millones de pesetas y ninguna aterrizó en su bolsillo
Mi inocencia creía que ante semejante situación, Messi, por su amor al Barcelona, se disponía a acceder a disminuir sus ingresos en el nuevo contrato de forma determinante y generosa. No ha sido así. Los miles de millones de euros que ha ganado Messi en el Barcelona, por su gran fútbol, derechos de imagen y publicidad, no han servido para mantenerlo. Quiere más. Y se ha ido llorando, pero no cediendo, en pos de más dinero, lo cual es tan legal como ingrato, y tan ajustado a Derecho como inasumible de hecho. Y esa frustración ha unido a los buenos catalanes y a los peores.
Con la misma edad que Messi, Bernabéu no aceptó las condiciones que le exigía don Alfredo Di Stéfano, y le sugirió que buscara otro club. Y se fue al Real Club Deportivo Español. Cuando Messi llegó al Barcelona, su grandioso “Camp Nou” estaba construido. Cuando Di Stéfano lo hizo al Real Madrid, le faltaban cinco graderíos al Estadio de Chamartín para culminar la gran obra. “Gracias a Di Stéfano lo conseguimos”, reconoció Bernabéu, por cuyas manos pasaron miles de millones de pesetas y ninguna aterrizó en su bolsillo.
El único rasgo optimista que presenta la egoísta y desagradecida fuga de Messi puede constituir un alivio de satisfacción a sus enamorados catalanistas. Después de 19 años se ha marchado sabiendo que una pilota no es una comandante de aviones. Que la pilota. En catalán, es el balón. Y ese detalle, al menos, puede consolar a los habitantes de la aldea.