Este verano será recordado por ser el de los chamanes. Julio comenzó con el martilleo incesante de chamanes demoscópicos que, disfrazados de metódicos sociólogos, invocaban mayorías absolutas y prometían tsunamis azules. Aparecían en televisiones, radios y periódicos más que cualquier candidato a la presidencia del Gobierno para orientar voluntades, revelando así su verdadera naturaleza como actor político en las elecciones.
Hace años que casi todos compran la poción al druida, agigantado y henchido de soberbia —hasta el 23J— porque sus predicciones son escuchadas cada vez por más público. En eso consiste la farsa: cuanto más dependen de sus recetas más imprescindibles resultan, que así engañaban brujos y hechiceros a la aldea de turno para incrementar su poder.
De pronto llega septiembre, ocaso del estío y purgatorio de tantos excesos, y son los chamanes climáticos quienes fallan. Las predicciones más catastrofistas quedan en papel mojado. El apocalipsis —una vez más— tendrá que esperar. El Gobierno, con la estrecha colaboración del periodismo asustaviejas, envía alertas para confinarnos otra vez después de un verano de agitación y propaganda climática.
Dicen que ha sido el verano más caluroso de la historia, incluso más que el anterior cuando leímos titulares que nos abrasaban las retinas («La ola de calor que asola Europa es un preludio del infierno que se avecina»). Eso sí, con permiso del siguiente, pues la temperatura récord está por llegar. Es la cantinela que se renueva año a año como la canción del verano, que siempre suena igual. Nos convencen de un calor inaudito, atípico, que deja de serlo al cabo de 12 meses. Pura ciencia.
Esta fiesta de la evidencia empírica sólo puede conmovernos, por eso es una lástima que el otro día los gurús del cambio climático no acertaran con lo que iba a llover apenas unas horas después en ciudades como Madrid. Que no lo hicieran, por supuesto, no quiere decir que no sepan ya qué temperatura media tendrá el planeta en 50 años o cuándo desaparecerán las playas de Baleares. Dudarlo es negacionismo.
Claro que hay quien alza su voz contra los telediarios que han convertido la sección del tiempo en espacios colonizados por la nueva religión climática. Esta dosis de soma diaria ni siquiera requiere demasiadas sutilezas, pues muestran mapas en llamas y tonos rojizos para informar de temperaturas de 25 ó 30 grados. Nada de lo que se hace hoy se parece al trabajo de históricos como José Antonio Maldonado, meteorólogo, que refuta el dogma oficial. «No me gusta la expresión cambio climático, porque el clima siempre ha estado cambiando […] eso del cambio climático no es correcto. Lo que hay es un calentamiento global. Eso sí es cierto. Lo lógico es que la temperatura siga subiendo, pero puede cambiar». Maldonado también lamenta la ausencia de especialistas en la franja televisiva, en la que «no hay ni un solo meteorólogo informando del tiempo».
Algo parecido sucede con la información deportiva, el otro espacio invadido por la ideología del poder. Ahí está el caso Rubiales, una anécdota para las jugadoras e incluso para La Sexta antes de que el feminismo tocara el silbato y decretara alerta machista. Nadie se atreve a decir que el rey va desnudo, que las jugadoras se rieron y luego mintieron y que, tras lograr el cese del entrenador Ignacio Quereda en 2015, han conseguido ahora el de Jorge Vilda por aplaudir a Rubiales. Lo más gracioso es que a Vilda le sustituye Montse Tomé, que también aplaudió a Rubiales, pero se le perdona porque es mujer.
En la medida en que la información deportiva se politiza emerge la figura del periodista deportivo aliado, que acaba de descubrir el fútbol femenino como si fuera Núñez de Balboa avistando el Pacífico. Con la fe de un converso, el activista, chamán del punto violeta, está convencido de que el fútbol femenino, más que un hallazgo, es una verdad revelada, aunque luego no explique por qué el caudaloso torrente de noticias que genera no equivalga a la demanda real.
Es evidente que este fenómeno, como casi todos, va de arriba abajo, pues su crecimiento no obedece a que haya, de pronto, mujeres jugando al fútbol en cada esquina, sino que el poder lo ha promocionado e impuesto mientras el pobre chamán aliado cree que su elección es libre. Nada de eso. Cuando elegimos algo que nos gusta (ropa, comida, aficiones o ideas políticas) alguien ya lo había pensado y colocado en el escaparate por nosotros.