«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Ciego, sordo, mudo, tonto

22 de febrero de 2014

El amor tiene muchos atributos, muchos de ellos francamente lamentables. Su ceguera es proverbial, como lo es la estolidez del enamorado. En pleno mes de cupido, la Infanta Cristina ha dado muestras de lo penoso y degradante que puede llegar a ser el amor. Ella ni vio, ni oyó, ni inquirió, ni entendió. No le preguntó a su marido: “Pero, cariño, ¿seguro que podemos comprarnos el Palacio de Pedralbes?”. “¡Será por dinero!”, habría respondido su enamorado empresario. Pero no tuvo ocasión. Porque ella desconocía, turbada, confundida y alelada por su amor.

Se ha comparado al amor, con infinita justicia, al hechizo. Tuvimos en España a un famoso Hechizado, Carlos II por más señas. Pero aquél fue un hechizo provocado por la genética auto replicante, endogámica, empecinada; que 17 veces Habsburgo era el hombre. Desconozco cuántas veces habrá mezclado en su sangre el apellido Borbón. Pero no parece afectarle en absoluto. Se licenció en Ciencias Políticas y luego se doctoró en Relaciones Internacionales, en la Universidad de Nueva York.

No. El hechizo de la Infanta que le ha hecho perder la cabeza, y cumplir con el ideal de los 60′ de romper los muros de la percepción racional, es el del amor. Ha podido llevar una vida donde la lógica no funciona, quizás porque resulte demasiado mundana, demasiado plebeya. La idea empresarial de Iñaki Urdangarín era ella, pero Cristina se pasó estos años ad libitumin albis, y sin mea culpa. Así las cosas, Cristina ha respondido en 412 ocasiones “no sé”, y 84 “no lo recuerdo”, contó 58 desconocimientos, y así hasta 575 respuestas no concluyentes. Por desgracia para ella, o quizás no, no es su profundo amor hacia Urdangarín el que está sometido a juicio.

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