«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

Cínicos

17 de julio de 2023

Una de las principales escuelas filosóficas griegas fue la que cuajó en torno a la figura de Diógenes, del que se cuentan anécdotas que bien pudieran asumir hoy algunos de los llamados antisistema. De aquella suerte de punkis clásicos dio buena cuenta en su día Carlos García Gual en un libro titulado La secta del perro. El título venía cargado de connotaciones etimológicas, pues los cínicos, que así se llamaron los que cultivaron el modo de vida y pensamiento de Diógenes, se llamaron así por vivir casi como canes. 

Recientemente, en el curso de una visita a Caudete, inscrita dentro de los actos de campaña electoral, pude conocer algunos de los problemas que aquejan a los criadores de perros, amenazados por una maraña de regulaciones que, a buen seguro, se llevarán por delante un buen puñado de puestos de trabajo. Todo conspira para que esta crianza quede, como tantos otros sectores productivos, en manos de grandes industrias, mundo para el que, sépanlo o no, trabajan, independientemente de la variedad de sus collares, muchos de los autoproclamados izquierdistas patrios. Sobre el sector de los pequeños criadores, no digamos sobre las familias que crían perros por pura afición o para complementar una maltrecha economía, se cierne una amenaza, la aparejada a la Ley de Bienestar Animal, que impone una multitud de requisitos tan exigentes para profesionales como para particulares cuyo efecto muy probablemente será que el perro se convierta en un artículo de lujo sólo accesible para las clases altas. Si la sobrerregulación de nuestra sociedad remite al 1984 de Orwell, la ley aludida apunta a un futuro parecido al ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, en el que el bien más codiciado por una sociedad empachada de soma, era un verdadero animal vivo. Lejos de una escena tan apocalíptica, los criadores invierten sus recursos en compra de ejemplares, pruebas de salud y alimentación de alta gama para algo más que objetos, pues el profesional, aunque deba estar atento a la declaración trimestral de IVA, establece lazos afectivos con sus cachorros. 

Envuelto en ideología, el enorme negocio que orbita en torno al perro, en una sociedad que cada vez cría menos niños y más canes —véase el ejemplo asturiano–, tiene otros muchos recovecos y efectos. Entre ellos el reparto de jugosas subvenciones a organizaciones que, en la mayoría de los casos, están en contra de la actividad cinegética, en cuya etimología permanece agazapado un rastro canino. La desaparición de la demonizada caza conllevará la de determinadas razas de perros y el fomento de otras más acordes con las modas estéticas imperantes. La contradicción está servida, pues esta misma semana, con la oportuna ausencia de 30 eurodiputados del Partido Popular, se ha aprobado en el Parlamento Europeo la Ley de Restauración de la Naturaleza, según la cual, los paisajes desindustrializados, es decir, aquellos que han visto partir sus industrias a lugares de mayor eficiencia productiva, deberán regresar a un pasado teóricamente natural, sea eso lo que fuere. Un pasado en el que, por supuesto, no tienen cabida ni el recolector, ni el cazador… ni el perro. Puro cinismo.

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