«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

De la colina a la ciénaga

14 de agosto de 2013

En los albores de la vida de las colonias británicas, John Winthop, que fue gobernador de lo que luego fue el Estado de Massachusetts, ofreció un sermón, en 1630, en el que se refería a aquéllos asentamientos como “una ciudad sobre una colina”. Hacía referencia a la parábola de la sal y la luz, en la que Jesús dijo que “no puede ocultarse una ciudad situada en la cima de una colina”. Decía Wintrop que esas colonias ocupaban esa posición de preeminencia moral en la que los demás podían verse reflejados.Se refería, entonces, a que la libertad ganada con el cruce del Atlántico les permitía crear una sociedad liberada de las corrupciones y las imposiciones del poder. Pero sus palabras valen también por la experiencia que pasarían las colonias siglo y medio después, cuando se desvincularon de la metrópoli, en un segundo intento por desvincularse de sus corruptelas y abusos para crear una sociedad nueva, más cerca de los ideales de libertad y comunidad que los americanos sentían como propios. La Revolución Americana, los Artículos de la Confederación y la Constitución de los Estados Unidos. En ellos se han mirado generaciones de idealistas que tenían la peregrina idea de que la libertad, cruda, desenvuelta, real, era mejor que la tiranía más benevolente y abyecta.La de la libertad es una batalla por ganar, lo es siempre. Pero en las primeras décadas tras la Constitución, los Estados Unidos fueron esa colina. Con su riachuelo de sangre, como el de la esclavitud. Y la sima de la Guerra Civil, en la que vino a desembocar. Pero en los Estados Unidos, América, como le llamaban sus orgullosos ciudadanos, un hombre podía forjar su destino como quizás nunca lo haya podido hacer antes y desde luego nunca lo ha podido hacer después.Cuando se decía que el Gobierno necesitaba del consenso de los ciudadanos para sacar adelante sus progresos, no es sólo que los gobernantes tuviesen que ganar las elecciones, sino que no tenían los medios suficientes como para imponer su voluntad. Las normas eran escasas, sencillas, y estaban al alcance de cualquier persona que tuviese un sentido de la justicia.Pero cabe a la colina hay una ciénaga, sobre la que erigió la capital de aquél nuevo país. Lleva el nombre del tótem de la creación del país, epítome de las virtudes republicanas, y primer presidente. La ciénaga es otra de las metáforas propias de los Estados Unidos, pues sobre ella trabajan los políticos más poderosos sobre la faz de la tierra.Es ese camino, de la colina a la ciénaga, el que define la historia de los Estados Unidos. Un camino de sometimiento, penoso, largo, incesante, de la sociedad a los designios de la política. La guerra, la inflación y el socialismo han socavado la experiencia de la libertad, y con ella el apego a la misma. Los Estados Unidos siguen siendo un ejemplo, pero cada vez más entran en el terreno de lo que no se debe hacer, como el espionaje masivo a sus ciudadanos, y a los nuestros.

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