Lo que más me gusta del mundo woke es su afán por superarse. Parece no conocer límites su idea salvadora, redentora del ser humano. Es gracioso observar cómo cree que inventa e innova cuando, en realidad, camina siempre hacia atrás, repitiendo cosas que estuvieron de moda hace décadas y cayeron en el olvido. Todas aquellas chorradas de los años 1960 y sus pseudorevoluciones de lemas ridículos y amor lisérgico. La fascinación por la India (una sociedad en la que pervive todavía un sistema de castas) quedó finalmente en la adopción de un budismo light por el pijerío internacional, mientras las excentricidades jipis pasaron a mejor vida.
Sin embargo, muchos años después, el capitalismo ha recogido toda aquella quincalla polvorienta dándole el brillo de la actualidad. El siglo veintiuno estaría contradiciendo la sentencia de Marx que decía que «la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa». Porque, según observamos, el gobierno woke está provocando ya algunas tragedias, tanto en el ámbito de la libertad como en el de la sexualidad y la infancia. Véase la cultura de la cancelación del artista o del intelectual desobediente o la irresponsable ley del «sólo sí es sí» española.
Además de estos gruesos asuntos, el nuevo mundo trae otras maravillas. Recientemente, la prensa se ha hecho eco de una iniciativa que promete crear muchos adictos: comer en pelotas. La empresa puntera se llama The Füde Experience y fue creada por una modelo de nombre Charlie Ann, quien declaraba a El Mundo las conmovedoras motivaciones de su iniciativa: «Tuve una época en la que me costaba aceptar mi cuerpo, después de haber estado toda mi vida en escuelas de ballet donde el culto al cuerpo era bastante tóxico».
Lo woke parte indefectiblemente de una queja, de una ofensa, de una injusticia. Su motor intelectual es la comprobación de un universo que no gusta (la vida, las responsabilidades y sus accidentes). A Charlie no le agradaba su cuerpo ni las imposiciones estéticas del sistema, así que montó un rollo friki con que ganar adeptos: organizar cenas nudistas a 80 euros el cubierto. El tema no queda sólo en la desnudez de los comensales, que no se conocen entre ellos, sino que aparece adornado con esa gastronomía artificiosa, vegetal y enemiga de la tradición. Leyendo algunos menús, quizás el que mayor impacto me produce es este plato: «Sabroso biryani con curry de coliflor, servido con un naan ayurvédico sin gluten de masa madre». ¿Cómo se quedan? Imaginen por un momento degustar tal maravilla mientras, a su lado, se insinúa, quizás con apetito, el miembro libre del compañero de mesa.
Pero no se trata de una orgía, eso se ha eliminado de la inspiración sesentayochista, cuando las reuniones revolucionarias terminaban inevitablemente en un gran revolcón. No, lo woke tiene principios neopuritanos, religiosos, nada de sexo heteropatriarcal. Tan es así, que las cenas veganas y sin alcohol de Charlie incluyen meditación y sanación por baño de sonido. Performances en que, por ejemplo, la menstruación deviene totémica, como para nuestro Ministerio de Igualdad. «Después de una hora de movimiento consciente y trabajo respiratorio, las mujeres se juntaron alrededor de una mesa de comedor cubierta de seda, flores secas y vasos de agua con forma de culo, y discutieron sobre sus periodos», testimonia la empresaria.
Un cliente de Los Ángeles declara que «ha transformado completamente mi vida. Al principio estaba aterrorizado por ser tan vulnerable, tanto por mi cuerpo como por compartir la historia de mi vida. He encontrado una comunidad nutritiva y auténtica». Hay promesa de celebrar próximamente un evento aquí, en España. No se despisten, abracen sin tapujos la vida woke.