El Espíritu sopla donde quiere. Por eso las quinielas sobre papables son un brindis al sol, aunque tienen un interés recreativo y la virtud de, aprovechando la curiosidad, dejarnos ir conociendo a nuestros cardenales, que nunca está de más. Para que cuando surja la fumata blanca, no nos coja completamente in albis.
Es natural que todos los católicos del mundo recemos fuerte para que el Espíritu actúe arrolladoramente en el cónclave. Los cardenales son movidos por el Espíritu Santo… si se dejan. Han de pedir (y les hemos de pedir, para ellos y a ellos) primero lucidez, luego docilidad. Para verlo, antes; y, después, para quererlo. Hasta aquí estamos de acuerdo, ¿no?
El Espíritu sopla donde quiere fuera y dentro del Vaticano, y es un pensamiento muy consolador (no en vano Consolador es otro nombre del Paráclito) tener claro que Él seguirá soplando fuera, ad libitum.
El ejemplo que me ponían ayer es excelente. Ya se harán análisis del pontificado de Francisco, pero desde luego parece claro que no ha sido muy partidario del rito tradicional. De las rigideces de los demás no dejó de quejarse y, en lo jurídico, revocó aún en vida del papa emérito, con bulla, el motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI. Limitó lo que pudo la misa tradicional que el docto papa alemán había bendecido y normalizado con buenas razones teológicas y pastorales.
Afectando esta medida a los sectores más conservadores y, por tanto, jerárquicos y, por eso, menos contestatarios al Papa, no hubo rebelión. Pero cumpliendo los nuevos requisitos de permisos episcopales y demás restricciones, la realidad es que la misa tradicional no ha dejado de crecer en estos años de Francisco. Ha crecido en número; y lo que es más importante, en vocaciones y en compromisos de vida de piedad. El Espíritu Santo se ha dejado sentir donde ha querido.
Puede decirse lo mismo de las órdenes, congregaciones o movimientos eclesiales. La vitalidad de unos y de otros se puede comparar y, significativamente, casi siempre depende de un mayor seguimiento del espíritu fundacional y más entrega. Cuanto más contra mundum, más atractivo se presenta un carisma religioso. El aggiornamento acaba en lubricán y crepúsculo antes que tarde. Tiene su lógica, porque para estar a favor del mundo, el mundo se presenta con suficientes atractivos de por sí.
Existe esta tendencia general, pero no existe regla de tres por la que la vida de piedad, las vocaciones y la entrega de los fieles siga los dictados de ningún programa ni una agenda hecha en unos simposios ni las conclusiones de equipos o coordinaciones o lo que sea. El Espíritu vuela por libre.
Lo favorece, además, la propia naturaleza de la Iglesia de Cristo. Es muy jerárquica, como casi ninguna institución ni Estado en el mundo. El Papa reina con poderes de monarca absoluto, sí; pero esa estructura vertical se compensa por varias líneas de fuerza. La primera es que lo esencial ya lo fijó el Maestro y, según sus palabras, en la casa del Padre hay muchas moradas, esto es, en la Iglesia han cohabitado siempre espíritus muy diversos, desde el pacífico franciscano al temerario templario, desde el retirado ermitaño al ejecutivo del Opus Dei, desde las órdenes entregadas al estudio a las más sencillas y asistenciales. No hay quien pueda uniformar esa variedad gozosa y casi caótica. Y todavía más: la Iglesia ha sido la gran valedora de la libertad individual, en base a una dignidad personal que no se discute. La conciencia de cada fiel es sagrada.
El Espíritu Santo tiene campo abierto. El resultado del cónclave será importantísimo pero la clave estará en la fidelidad de cada católico. No quiero decir que no haya que rezar intensamente por el próximo Santo Padre. Urge, pero sin dejar que la angustia o la incertidumbre nos acosen. Sabemos de Quién nos hemos fiado, y cuánto sopla. Donde quiere.