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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Confusión total

21 de octubre de 2016

El gobierno está claramente en funciones para lo que quiere. O mejor, para lo que no quiere hacer. Pero para lo que sí quiere, no lo está. El ministro (en funciones) García Margallo, que tanto se queja de que la interinidad del gobierno hace de España una nación marginal en la arena internacional, ha aprobado que España se abstuviera en la votación de la UNESCO que negaba los vínculos del pueblo judío con, precisamente, su capital, Jerusalén.

Yo no sé qué pensaría nuestro ministro de Exteriores (en funciones) si esa organización subsidiaria de la ONU votase que la catedral de Santiago o el monasterio de El Escorial no tiene nada que ver con la Historia y el pueblo español. Pero lo que ha permitido que nuestra delegación en la UNESCO haga es, simple y llanamente, una afrenta a la Historia conocida a la vez que un acto de cobardía política.

Puede que el señor ministro aduzca desconocimiento de lo que se votó el pasado día 13 de este mes o de lo que se va a votar la semana que viene. Pero resultaría tan poco creíble como cuando dio marcha atrás a su orden de abrir un consulado en la Franja de Gaza. La UNESCO, desgraciadamente, lleva meses persiguiendo borrar la presencia milenaria del pueblo judío en su propia tierra. Y el clamor general contra la tergiversación histórica e histérica en la que los palestinos y sus aliados han instalado a la UNESCO, debería haber llegado a sus oídos.

La motivación de estas actuaciones segadas de la UNESCO se basa en una gran mentira: que el Gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu está alterando el statu quo de la Explanada del Templo y, por lo tanto, del acceso a la mezquita de Al Aqsa. Da igual que el propio primer ministro lo haya negado una y otra vez. Y da igual que sobre el terreno nada haya cambiado. De hecho, cualquiera que visite la Ciudad Antigua de Jerusalén sabe bien que el acceso a la Explanada está, de hecho, limitado a todo aquel que no sea musulmán y que su gestión religiosa recae en las manos de Jordania.

Pero las mentiras, como las malas ideas, tienen consecuencias, normalmente pésimas consecuencias. Hace poco más de un año, precisamente justo tras que la Autoridad Palestina denunciase la falsedad del cambio de estatus, arrancó toda una oleada de ataques terroristas, la mayoría de jóvenes que decidían atacar a cualquier judío con cualquier método a su alcance, desde cuchillos de cocina a atropellos con coches, bajo la creencia de que Israel estaba ocupando y cerrando el acceso a uno de sus lugares sagrados. Que no fuera verdad, era lo de menos. Suficiente para impulsar una cadena de ataques  que, aunque han disminuido, todavía no han cesado.

¿Qué espera el ministro (en funciones) García Margallo pueda ocurrir cuando la UNESCO adopte que el Muro de las Lamentaciones ya no se puede denominar de esa manera y que pasa a llamarse “Buraq Plaza”? 

Con Felipe González España corrigió un error histórico y se acabó por entablar relaciones diplomáticas bilaterales con el Estado de Israel. Bajo el presidente Aznar, España e Israel se acercaron más que nunca, tanto con primeros ministros conservadores, del Likud, como laboristas. Zapatero optó por vestirse la Kefiya palestina y España dejó de contar en la zona. El primer Gobierno de Rajoy heredaba una mala situación que fácilmente podría superarse y mejorarse. Pero no lo hizo. Supongo que en parte habida cuenta de la dejadez con que el Presidente Rajoy aborda todos los temas internacionales y también debido a la filosofía personal del ministro de Exteriores. 

Franco decía que a España la unía al Mundo Árabe una relación especial. No sé si García Margallo iría tan lejos en sus afirmaciones, aunque a más de uno de su departamento he oído contar que la política española hacia el Oriente Medio pasaba irremediablemente por el contrato estrella del AVE a la Meca. Esto es, que cualquier cosa que pudiera poner en peligro nuestra relación comercial con el reino de Arabia Saudí, era desechable. 

Pero el Oriente Medio no es algo tan simple como mucho tienden a pensar. Por ejemplo, España abrazó con entusiasmo el acuerdo nuclear con Irán, apadrinado y negociado por Obama y aceptado por las grandes potencias europeas. Y, sin embargo, el gran opositor a Irán en la región no es otro que Arabia Saudí. ¿No piensa el señor ministro (en funciones) que el impulso comercial español con Irán molestaría a los saudíes?

Sé que la realidad nunca es perfecta y casi siempre es compleja. Tanto como para que cuando García Margallo se llevó las manos a la cabeza al saber que Artur Más, entonces President de la Generalitat, iba a realizar una visita oficial a Israel y que pensaba mantener un encuentro con su primer ministro, tuviera que pedir la mediación de expresidente Aznar para impedir dicho encuentro. Al menos eso es lo que cuenta el periodista Ignacio Cembrero en un reciente artículo.

En fin, todo esto se quedaría en un lamentable sainete si no fuera por la carga de profundidad que supone negar la Historia. Ya lo henos hecho recientemente en esa Europa que tanto ama el ministro García Margallo:  fue siendo él miembro del Parlamento Europeo, cuando nuestros próceres borraron toda mención a las raíces cristianas de Europa del prólogo de la denominada Constitución Europea. Hoy se empieza por decir que Jerusalén y el pueblo judío no tienen  nada que ver y mañana oiremos que Al Andalus nunca ha sido España. El ministro de exteriores quien es una persona apegada a la Historia (al menos en lo tocante a Gibraltar)  debería poner freno a esa línea contraria a todo, empezando por nuestros intereses nacionales. Y para ello debería dar nuevas instrucciones a nuestra delegación ante la UNESCO. Que puede aunque esté en funciones.

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