Muchos catalanes ya se han dado cuenta de que la cantinela de “Madrid nos roba” no es más que una cortina de humo para ocultar los manejos de los que realmente expolian Cataluña, que son los que, con sus apellidos ilustres, se llevan los billetes de 500 euros metidos en mochilas con destino a Andorra, hacen tráfico de influencias con las concesiones o se reparten el dinero de instituciones como el Palau de la Música.
Echar la culpa de todos los problemas a España es la técnica que utilizan los nacionalistas para disimular el auténtico origen de los males, que no es otro que su nefasta gestión. Si los gobernantes de la Generalitat escatiman dinero a la sanidad pública y cierran servicios asistenciales, dicen que lo hacen por culpa del Estado, asegurando que les debe dinero, para no reconocer que, en realidad, ellos prefieren utilizar los fondos para sufragar sus fastos identitarios: organizar cadenas humanas por la independencia, pagar elevados sueldos y alquileres para tener “embajadas” en el extranjero, subvencionar la imposición del catalán y perseguir a quienes utilizan el castellano.
Que el bienestar de los ciudadanos catalanes no les importa ha quedado demostrado con las palabras de Oriol Junqueras, el líder de Esquerra Republicana, que ha amenazado con un bloqueo temporal de la economía de esa comunidad para forzar al Gobierno español a aceptar una consulta de autodeterminación. Poco le preocupa al señor Junqueras el perjuicio económico que esa medida causaría a los empresarios y comerciantes catalanes. Lo único que le interesa es el daño que pueda originar al conjunto de España y el poder que los activistas del separatismo demostrarían con una imposición de esas características.
A los líderes del separatismo se les ha caído la careta y los ciudadanos han podido ver su verdadero rostro. Incluso los que son catalanistas y defienden las señas de identidad propias de su tierra, comprueban con estupor cómo estos fanáticos de la secesión les arrastran hacia el abismo del enfrentamiento. El odio que han sembrado ya está perjudicando a muchos intereses comerciales catalanes, como el sector del cava, que sufre el boicot de aquellas personas que han sucumbido ante el constante mensaje belicista de los separatistas. Los que generan esa animadversión se muestran indiferentes ante el perjuicio económico que causan a empresas de su tierra, y quienes entran al trapo de esas provocaciones y torpedean los productos catalanes no se paran a pensar que el cava que se elabora en Cataluña se embotella con vidrio aragonés y lleva tapones de corcho riojano. Todo un sinsentido, en el mundo global en el que vivimos, que un catalán se niegue a consumir productos del resto de España, o un murciano, andaluz, gallego o castellano discrimine los que proceden de Cataluña.
Pero eso poco les importa a los que viven de las prebendas que les otorga su defensa del odio y la separación. Así nos va.