«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

Cuando Harry encontró a Meghan

10 de enero de 2023

Empecemos con las pasiones, la alta cuna y la baja cama y lo que, en fin, iguala a nobles y a plebeyos. Acabaremos citando a Shakespeare.

Escribía Cesare Pavese en sus diarios (Il mistiere de vivere, 1935-1950) que «una mujer que no sea una estúpida encuentra, más pronto o más tarde, un desecho humano y trata de salvarlo. A veces lo consigue. Pero una mujer que no sea una estúpida encuentra, más pronto o más tarde, un hombre sano y lo reduce a un desecho. Siempre lo consigue».

Pavese no conocía a los Sussex, claro. Porque Meghan Markle es una señora lista como los ratones coloraos con un juguete roto entre las manos, y lo que ha tratado de salvar es su plan de pensiones. Harry parece un chico traumatizado al que le ha encajado el pity play de la exactriz.  La bella consorte es todo un dechado de wokismo: lo mismo te monta un picnic en los jardines de Kensington para las víctimas del incendio de la torre Grenfell, que se presenta oprimida herself por no poder vestir de colores vivos para no eclipsar al resto de royals. Toda causa de moda es buena para su narcisismo, le sientan igual de bien unas mujeres poco empoderadas que unos negritos en nuestros barrios.

Oficialmente hoy se pone a la venta el libro de memorias de Harry, titulado Spare en inglés y En la sombra en la versión española. Los duques de Sussex se instalaron en Los Ángeles en 2020 para preservar su privacidad y alejarse del acoso de la prensa y del racismo de la sociedad británica. Lo han intentado fuerte, exactamente durante doce minutos, pero no lo han conseguido. Debían a la humanidad un documental de Netflix, un paseíto ca’ Oprah y un libro de memorias sin los cuales hoy el mundo no sería un lugar más amable, más humano, menos raro. Por lo de Netflix hemos sabido –nunca lo hubiéramos imaginado– que los tabloides británicos son un pelín carroñeros y que igual los Windsor no son una comuna hippie dedicada al amor y la ternura. Explicaciones sobre el pasado colonial y esclavista de la Corona Británica se entremezclan con planos de Markle al borde de las lágrimas. El curioso caso de la pionera birracial de la que su primer manager pensaba que tan solo era «otra californiana bronceada». Los estadounidenses se quejan de la pareja a los británicos en redes sociales y piden que se lleven al pelirrojo de vuelta. Éstos responden que quien lo rompe lo paga. Buyer’s remorse.

El libro de Harry parece seguir la estela victimista de la marca Sussex. El título original apela a su posición en la familia. Es el de repuesto, el plan B. El seguro para garantizar la sucesión en caso de que todo salga mal. El segundón. Harry hace en su autobiografía un homenaje a todos los segundones, a esos que heredan la ropa y se dan a la coca. A los que les toca una habitación con sábanas viejas y vistas al patio de luces y se desvirgan mal y pronto. Ser segundón es espabilar y no quejarse por unos puñetazos. Un auténtico spare tiene que valer para reemplazar al titular si este falla.

Estar a la sombra del primogénito es encontrar tu sitio en el mundo cocido como una gamba y vestido de nazi y no echar la culpa al hermano calvo. Es pensar en el bisabuelo Jorge –y en el tatarabuelo– y saber que también fueron segundones y tuvieron su minuto de gloria.

Harry cuenta en sus memorias que mató a 25 talibanes en Afganistán. Si a Harry le hubiera tirado más Shakespeare que dos carretas, habría emulado a la versión de su tocayo inmortalizada por el Bardo. En lugar de decir que para él fueron piezas de ajedrez sacadas del tablero, habría exhibido grandeza, como Enrique V tras la batalla de Agincourt: «Y se proclame pena de muerte en nuestro ejército / para quien de esto se jacte, o prive de la alabanza a Dios, / porque es sólo Suya. […] Reconociendo que Dios luchó por nosotros».

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