José María Aznar ha vuelto a hablar. Lo ha hecho en la presentación, en San Sebastián, de un libro que recoge testimonios de varias víctimas del terrorismo. Entre otras cosas, el ex presidente ha dicho que el terrorismo tiene pasado, presente y futuro, y que sólo perderá este último con tres condiciones: aplicar la ley, aislarlo políticamente y condenarlo moralmente. Una, dos y tres, sin ambages, sin peros, sin resquicio, porque “no hay moderación en aceptar la ilegalidad, no hay prudencia en consentir que un poder se ejerza por quien no debe y para lo que no debe”, y “no hay tolerancia en admitir la ausencia o el vacío del Estado de derecho”. Se pueden seguir las huellas de la política estadounidense en alguna de sus expresiones, como esa en la que dice “nosotros ganamos y ellos pierden”. Eso fue lo que le dijo Ronald Reagan a Richard Allen, quien más tarde sería su asesor en materia de seguridad nacional, cuando le expuso, en toda su sencillez y con toda su fuerza, cuál era su idea de la Guerra Fría.
Pero más allá de los recursos estilísticos, cada vez que el ex presidente se pronuncia, se le entiende. Habla de que la principal tarea de un gobernante, de uno en concreto que se llama Mariano Rajoy, es aferrarse a la ley, lo que incluye a la Constitución. El discurso de Aznar es ya una renuncia, la que hizo la derecha española hace ya décadas, y la izquierda desde tiempo inmemorial. Identifica a España con la Constitución, y el patriotismo con el apego a aquel texto. ¡Qué falta de perspectiva! La Constitución de 1978 es como el polvo que aguarda el huracán; saltará por los aires cuando le alcance el capricho de la historia. Pero España es, por suerte, una realidad más asentada (y acendrada) que la componenda entre políticos con la que se han repartido el fruto de nuestro afán desde hace tres décadas y media. Ah, pero cuando sólo quede España, cuando la ley fundamental se vaya por el desagüe de la historia, muchos no van a saber defenderla por falta de práctica. Entre ellos, todos los presidentes del Gobierno vivos, pasados y futuros.
Por lo que se refiere al presente, que olvidó lo que es España cuando entró en política, no tiene vigor moral ni para aferrarse a la ley. Normal, si no está cosida a nada sustantivo. Normal, si lo que falta, por una dejadez conjunta, es la fe de que la apelación a España va a surtir algún efecto.
La ley no es más que un instrumento añadido en el juego de la política. Aznar pide a Mariano Rajoy que saque a la ley del intercambio de cromos, y por eso dice, en un momento de su intervención, que “hacer justicia pasa por comprender que a los terroristas no se les pide opinión sino responsabilidades; y que es trabajo de las instituciones hacer que esas responsabilidades sean exigidas y cumplidas en los términos más estrictos que la ley (…) autoriza”.
Este da igual todo, tan extendido, este todo vale porque nada vale, esta falta de fe, que no es exclusiva de Rajoy, esto es lo que nos consume.