«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Damas y caballeros

25 de agosto de 2023

La pura verdad es que de los intríngulis del caso Rubiales no tengo ni idea. Pero aquí todo el mundo lo aprovecha para su agenda. Los responsables de la ley del «sólo sí es sí», que ha soltado a violadores a la calle, quieren ejercer de feministas pidiendo la pulida cabeza de Rubiales. El PP quiere ejercer de más feminista que nadie y se apunta a la decapitación. Algunos recuerdan las conexiones socialistas del personaje. Otros sus tratos con Piqué. Es raro que Shakira no haya sacado ya una canción alusiva. Algunos usan el escándalo como un trampolín para recordar que hay cosas muchísimo más graves en la política nacional que no montan ni la mitad del follón.

En mi ignorancia, sólo sé que lo del beso no fue una muestra de galantería y que lo de tocarse sus partes como celebración del gol en el palco con la reina y la infanta resultó realmente bochornoso. Por lo tanto, después de felicitar calurosamente a nuestra selección nacional de fútbol femenino y dar las gracias por la alegría que nos han dado en tiempos en que escasean, voy también a aprovecharme de Rubiales (que, como del cerdo, hasta los andares) para escribir una columna de servicio público.

Rubiales no ha leído a Ismael Grasa, que, en La hazaña del día, advierte contra la frivolidad de considerar la elegancia una frivolidad. Si hubiese tenido mejores maneras, no se vería envuelto en este huracán mediático ni habría ensombrecido de este modo tan torpe la buena noticia de la victoria en el Mundial.

Decía C. S. Lewis, con más razón que un santo, que nuestro tiempo se ríe del honor y luego se extraña una barbaridad de encontrar traidores entre nosotros. Lo mismo hace con las buenas maneras: las desprecia y, a renglón seguido, se espanta de encontrar patanes en los palcos reales o besando a las futbolistas.

Cada vez que he citado la frase de P. G. Wodehouse, la gente me ha mirado con suspicacia. Pero ahora, gracias a Rubiales, se va a entender perfectamente. Dice –cito de memoria– que los muchachos de clase alta tienen otro ángel de la guarda que se llama «Buenas maneras». Eso les evita meterse en berenjenales, gritar cuando no toca y hacer el indio. (Sí, abundan excepciones, lo sé) Aquí se trata de caer en la cuenta de que las buenas maneras –en la clase alta, la media y la baja– velan por nosotros. Nos interesa invocarlas. Luis Rubiales estaría ahora en su despacho cobrando una pasta y saboreando las mieles del triunfo si sencillamente hubiese actuado con más decoro.

No se me oculta la crítica más obvia a la buena educación: su hipocresía. Primero la defenderé y luego la negaré y no será contradictorio. La etimología de elegancia nos aclara las cosas: viene de «elegir», esto es lo que la gente confunde con hipocresía o esnobismo. El elegante, pudiendo no hacerlo, escoge la delicadez y la mesura. Se selecciona a sí mismo. Manuel Machado –poeta más chic no lo ha habido– lo sabía: «Mi elegancia es buscada, rebuscada».

Sucede, sin embargo, que uno, si elige, se elige. En el New College de Oxford se puede leer «Manners makyth man», es decir, «los modales hacen a la persona». De manera que lo que empezó como una rebusca quizá algo hipócrita o interesada termina –pasando por el personaje– haciéndote como (mejor) persona. Al final tiene razón Fernando Pessoa en el Livro do desassossego: «Donde hay forma hay alma», y, en cierta medida, por ese orden. Hay un camino de ida y vuelta y viceversa, aunque, tras tanta revuelta, tiene que acabar teniendo razón Esperanza Ruiz, como siempre: «La elegancia es centrífuga, sale del centro de la persona y no de la indumentaria».

 Si no sale de dentro, sale Rubiales. O la advertencia de Logan Pearsall Smith: «No es siempre fácil tratar a la gente como monos y no mandrilizarse un poco en el proceso». Pla, para no quedarse corto, dio esta maravillosa definición: «La forma más alta de la elegancia es la caridad». Más moderado, Nicolás Gómez Dávila se conforma con su remedo: «Los buenos modales son, a veces, una imitación aceptable de la caridad». Alta o imitada, lo importante es poner a los demás por delante. Un mínimo de elegancia de Rubiales nos habría evitado el espectáculo a nosotros, y a él su cancelación. Agradezcámosle, al menos, la catarsis.

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