Paiporta dejó un regusto a protesta e insumisión que debía cerrarse. Vino después la manifestación que el separatismo catalán le organizó a la izquierda en Valencia para que las televisiones reequilibraran la narrativa hacia Mazón, y pasados unos días, tocaba el definitivo desagravio.
Los reyes visitaron Letur, gran olvidado de la crisis (pueblo onírico y como berlanguiano) y la Valencia castellanoparlante, donde las posibilidades de esbirros subvencionados desde Barcelona eran menores.
Vimos un pequeño baño de masas. Aplaudían las señoras monárquicas, la salud de un país, pero también una niña se echó en los brazos de la reina, un momento Lady Di para quien había quedado fuera de la foto en Paiporta.
Una señora de Chiva lo dijo en la tele: «¡Qué humanos son, qué humildes! Tenemos unos reyes de categoría«, que es lo mejor que en Valencia pueden decir de uno. Con ese «de categoría» ya se podía dar por concluido el día aunque otra cosa pasó…
Entre las señoras, un hombre con cascos y micrófono, se acercaba intrépido a la reina, que le atendió con aquella espontaneidad que destinaba a las reporteras de los programas de Sonsoles Ónega… Aunque parecía Butanito, el hombre era Alsina, ¡Butanito Muahaha! Se iniciaba así el diálogo de Alsina (alcachofa ungida) con la Reina, una entrevista que mutó: la reina acabó de periodista y el periodista de protagonista:
«Enhorabuena a ti y a tu equipo y a todos los medios de comunicación». Estas palabras dijo doña Letizia y hemos de recordar las que había dicho el rey en Paiporta: «No hagáis caso a todo lo que se publica porque hay mucha intoxicación».
Alsina es el camino. O sea, el duopolio es la Verdad.
El rey quería que el Estado estuviera «en toda su plenitud presente». Es difícil pensar que lo haya estado o que lo esté, pero como estuvo el rey, que lo simboliza, podemos decir que el Estado se personó. El Rey es símbolo del Estado, «de la unidad y permanencia del Estado».
En la solidaridad tras el abandono material de Valencia, apareció algo en lo que alguien pudo ver la nación, aunque se trate de identificaciones difíciles. ¿Qué es nación y qué un simple grupo de gente? Apareció, mejor, la vinculación unitaria que la hace posible; se reveló un común sentimiento de preocupación, soledad e indignación y de nuevo, fugazmente, un borbotón popular superó los cauces del Estado.
Había una queja real contra su funcionamiento, mucho más que esos problemas «en las primeras horas» que Alsina refirió al rey. ¿Podrá durar esa queja o se irá disolviendo en una nueva frustración generacional?
La nación, que pierde conciencia de sí, no siente la necesidad de controlar al Estado porque, en cierta manera, está subyugada por una figura personal a su vez inmemorial y de-su tiempo.
El patriotismo, fuerza moral y sentimental, se vincula a la Corona a través de los símbolos que mejor lo conmueven (himno, bandera, ejército). Un resorte de identificación que supera las identificaciones de los partidos (un poco como cuando Nadal o la selección aglutinan) se activa así hacia el Rey y con él hacia el Estado, hecho Belén, familia, gen, continuidad. Por eso el patriotismo, por muy importante y virtuoso que sea, llega hasta donde llega, y no más. Por eso el patriotismo es políticamente chato.
Chiva completa la foto de Paiporta. El rey se gana las habichuelas estatales y sus rapsodas, ese cortesanismo poco o nada monárquico que también resume España, tendrán para nuevos y sonoros cantares de gestas.
El Régimen cierra la primera herida y reduce la cuestión de Valencia al sempiterno Sánchez vs Mazón/Feijoo, lucha que de lejos (y con el paso del tiempo) toma la forma de un abrazo.