«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

De Islero al apagón

6 de mayo de 2025

En 1978, el general Gutiérrez Mellado llamó a su despacho a Guillermo Velarde, el militar y científico experto en energía nuclear que dirigía el Proyecto Islero para el desarrollo de armas nucleares españolas.

En esa reunión, el vicepresidente del gobierno de Suárez le cuenta que las empresas eléctricas piden al gobierno español la firma del Tratado de No Proliferación (TNP) porque había media docena de centrales nucleares en construcción y se necesitaban unos componentes fundamentales que EEUU no vendería sin ese acuerdo.

Había un plan energético en marcha propuesto por el ministro Álvarez Miranda (no Fernández) para instalar en España unas 33 centrales de modo que el 80% de la energía fuera nuclear. Las centrales eran Lemóniz I y II, Valdecaballeros I y II, Trillo II y Sayago.

Aunque el TNP no se firmó, en poco tiempo se abandonó el Proyecto Islero, y con ello la posibilidad de que España tuviera su bomba atómica, su propia disuasión, para salvaguardar la energía nuclear. Pero en unos años no tendrían ni arma nuclear ni energía nuclear.

Porque en 1983, ya el PSOE en el poder, el gobierno envió al CESEDEN (Centro Superior de Estudios de Defensa Nacional) una copia del borrador del proyecto del futuro Plan Energético Nacional, que establecía la moratoria nuclear. La paralización, precisamente, de las mencionadas centrales (Sayago no llegó a ejecutarse). Un giro copernicano en apenas un lustro.

Cuando el comité técnico del organismo examinó el proyecto concluyó «que no tenía base de carácter científico, técnico o económico y que sería lesivo para el interés de España. La única justificación de este Plan era su carácter político».

Desde finales de los 70 se habían producido manifestaciones antinucleares donde se llegó a oír el «ETA, mátalos». Y así fue, ETA puso un par de bombas en la zona del reactor de Lemóniz matando a varios operarios. Luego pasó a secuestrar y asesinar ingenieros.

Hay también una Transición de la energía y los recursos. El ministro Alvarez Miranda, el autor de ese ambicioso plan energético, ingeniero, había empezado a trabajar en la mina de fosfatos del Sáhara y presidió la Sociedad Fosfatos de Bucraa, empresa que se cedió a Marruecos con la entrega del Sáhara mientras Franco agonizaba. Los fosfatos tienen una gran importancia estratégica, son esenciales para producir fertilizantes.

La moratoria nuclear del PSOE, que en 1987 firmaría  el Tratado de No Proliferación, abandonaba el proyecto de los años 70. De la necesaria compensación a las empresas propietarias de las centrales se encargaría el contribuyente con un cargo en los recibos de la luz durante las décadas siguientes.

Cuando en aquel encuentro de 1978  Gutiérrez Mellado le preguntó a Velarde cuáles eran las ventajas de las centrales nucleares, éste le explicó, lo cuenta en Proyecto Islero, sus memorias, que el uranio representaba solo el 5% del coste del kilovatio hora, frente al 50& del carbón y el 80% del gas. Si por alguna causa se encarecía el uranio, apenas influiría en el precio. El uranio, además, se encontraba muy repartido en países mayoritariamente estables.

El modelo que inspiraba a España era el francés gaullista con bomba atómica y aproximadamente un 70% de la energía nuclear, aunque  ahora vemos que Francia, que se ha abastecido durante años de uranio del exterior, tiene problemas con ello porque se le revuelve África. La influencia rusa en el continente le ha complicado recientemente el suministro de Níger, lo que podría estar detrás de sus posiciones en Ucrania. El «nuclearismo» no implica exactamente la soberanía energética si no está asegurado el suministro. España tiene uranio para años, pero nada es eterno y las condiciones geopolíticas cambian como las tecnológicas.

La decisión nacional sobre energía se parece a un problema de optimización en el que hay que atender a variables económicas, científicas, de seguridad defensiva y medioambiental; con esas restricciones y consideraciones, se trataría de lograr la mejor combinación de x, de y, de z; fósiles, renovables, nucleares… ¿Por qué aquí el extremismo tiene tan buena fama? Debería ser una virtuosa calibración en la que no influyera lo ideológico ni los intereses de terceros, siempre representados en España por los solícitos próxenos –en expresión, muy preferible a cipayo, rescatada de Heródoto por Javier Torrox–. Los próxenos suelen revestir su traición y venalidad con altos fines, suaves maneras y dogmatismos varios.

Fondo newsletter