Dios, mediante el esfuerzo de una cantidad de hombres y mujeres: expertos, restauradores, leñadores, albañiles, carpinteros, pintores, escultores, obreros, donantes (la obra de restauración no ha costado un céntimo al estado, todo ha sido posible gracias a las donaciones, desde la más pequeña hasta la más alta), nos ha devuelto una de las más bellas catedrales del mundo, la Catedral de Notre Dame, inmortalizada por el escritor francés Víctor Hugo en varias de sus obras, prosa y poesía, y también por otros grandes escritores y artistas, entre ellos la fotógrafa y pintora surrealista Dora Maar, quien en una mañana fría cayó fulminada por la muerte en la esplanada del templo cuando se disponía a asistir a misa después de años de conversión al catolicismo. La huella de su cuerpo quedó para siempre como una estampa de creación y de vida en las tantas leyendas de Notre Dame.
Tras el incendio ocurrido el 15 de abril del 2019, la reconstrucción de la catedral se atribuye a algo más cercano a lo divino, a lo milagroso, que a un acto de perennidad y supervivencia per se. Los que vivimos la tragedia de forma dramática y cercana no veíamos tan claro si al fin podría ser recuperada. Bien, no sólo se ha recuperado como una de las cunas más importantes de la fe, se ha consumado su sacralidad en un acto magno de entrega, de paciencia en medio de la urgencia, de amor. Hay que dar gracias al impulso del presidente Emmanuel Macron, quien creyó desde el primer día y prometió que tal gesta sería posible en una duración de cinco años, aunque de intenso trabajo.
Cuando ocurrió el incendio de la catedral, me encontraba a pocos pasos de allí, en mi casa en el Boulevard Bourdon, frente al banco donde se inicia la novela de Gustave Flaubert, Bouvard et Pécuchet; escribía en un cuaderno, a través de la ventana empecé a sentir un olor raro, como a polvo quemado. No puedo todavía describir el susto y el dolor que se amparó de mí cuando al encender la televisión vi la noticia. ¡Notre Dame en llamas! Fui hacia uno de los libreros y tomé el volumen de Victor Hugo, leí fragmentos de su obra con los ojos inundados de lágrimas y como en un mantra de salvación. En la noche bajé a la calle a unirme al pueblo de París para, con nuestros rezos dirigidos hacia el frontispicio, aliviarnos en algo.
Es cierto que todavía no se ha dado una versión clara de la causa del incendio, porque según estudiosos de la composición y construcción de esta catedral jamás una colilla de cigarro encendida y lanzada al descuido pudo haber determinado la causa original… Tampoco se ha culminado la reconstrucción, como se puede comprobar por la presencia todavía de numerosos andamios y, aparte las sospechas de que Macron quiera apropiarse de la obra como su aporte presidencial a Francia, ya se ha apuntado uno notable por su parte: la Ciudad Internacional de la Lengua Francesa y las Culturas Francófonas, se repite con mayor fuerza que esa sería su intención. Salvo Nicolás Sarkozy y François Hollande, quienes al no obtener un segundo mandato no pudieron aportar ningún monumento a Francia como sí habían hecho sus predecesores, lo que es hábito y deber gubernamental; pues la máxima huella cumbre de un mandatario francés, amén de gobernar bien, es legarle a la nación una obra o monumento que pruebe su paso histórico, y arquitectural.
Charles de Gaulle dejó el legado colosal de la restauración de la Paz tras la Liberación de la Segunda Guerra Mundial, más un ideario que ha trascendido en generaciones de políticos franceses. Sin embargo, en un orden cronológico, en la III República el presidente Raymond Poincaré legó el Museo Poincaré; Gastón Doumergue, la Casa Natal de Gastón Doumergue. En la V República, además de lo mencionado con anterioridad, Charles de Gaulle legó como construcciones La Boisserie, la Casa Natal Charles de Gaulle, y el Historial Charles de Gaulle en Los Inválidos, más el Hotel de Ville. Georges Pompidou, el Centro Nacional de Arte y de Cultura Moderno y Contemporáneo, el Museo Pompidou o Beaubourg. Valéry Giscard d’Estaing, el Museo d’Orsay, con una magnífica colección de arte de finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, más el Castillo Estaing. François Mitterrand: el Museo François Mitterrand, la Casa Natal François Mitterrand, la Casa Natal François Mitterrand, la Biblioteca François Mitterrand, el Gran Louvre con la Pirámide del Louvre, la Ópera de La Bastilla, la Ciudad de las Ciencias y de la Industria, la Ciudad de la Música, por último el Instituto del Mundo Árabe. Jacques Chirac: el Museo del Quai Branly, de artes primarias y civilizaciones.
Si estas entregas como legados son consideradas como patrimonio sagrado de la historia de una ciudad como París y del país entero, lo auténticamente sacro se concentra en Notre Dame y en las iglesias de la ciudad y del resto del país cuyo patrimonio cristiano, católico, de fe, además de político y social, son apreciadas como órganos vitales de la conservación de la civilización Occidental. De lo sacro, dentro de lo que algunos llaman con desprecio «la vieja Europa», o de la Francia casi perdida, ahora renacida, aunque no en su entereza, bajo el símbolo de la restauración de Notre Dame, fue a lo que asistimos el 7 de diciembre. La misa sacramental del domingo 8 de diciembre es la prueba divina que nos ofrece Dios de la inmensa fuerza espiritual del ser humano; de lo divino siempre por encima de lo sacro.