Gracias a Arnaud Imatz me entero de unas declaraciones de Daniel Cohn-Bendit, aquel famoso líder estudiantil de Mayo del 68. Preguntado en una televisión por los problemas del archipiélago francés de Mayotte, dijo que la prioridad era «frenar y hacer imposible la inmigración que supone un gran trastorno, un gran reemplazo de la población». Tal cual: Dany El Rojo utiliza la expresión grand remplacement. Es como aquello de Jorge Vestrynge, «manadas y manadas de negros», pero mucho más. Cuando el símbolo de Mayo del 68 habla de Gran Reemplazo es que algo definitivo ha cambiado, justo ahora que muere Jean Marie Le Pen, uno de los primeros en intuir que la inmigración sería un asunto fundamental.
Las palabras venían referidas a Mayotte, y aquí es necesaria una matización que nos revela algo interesante.
La isla, situada en el Índico (tan lejos llega Francia), afronta graves problemas por un reciente ciclón, sobre unas dificultades propias anteriores. Situado cerca de Mozambique y Tanzania, y muy cerca de Comoras, un pequeño país a menos de 300 kilómetros, Mayotte recibe muchísima inmigración y sólo la mitad de sus 300.000 habitantes son franceses. El aluvión de llegadas es constante y eso ha generado un debate en Francia sobre la pertinencia de retirar el derecho de suelo. Que frente al ius soli allí tradicional (francés es, bajo ciertas condiciones, el nacido en su suelo) se reconozca el ius sanguinis (francés sería el hijo de ciudadano francés). Los trastornos de la inmigración obligarían a hacer una excepción en uno de los principios del humanismo republicano francés.
Es conocido el Efecto Saint-Denis. Así se conoce a la perturbación en los puntos de vista que se sufre al entrar en contacto con los efectos crudos de la inmigración. Toma ese nombre por la traumática experiencia del empresario Martín Varsavsky cuando acudió a presenciar la final del Real Madrid en París, donde hubo robos, manoseos a las mujeres y acosos varios. Fue la caída del caballo. En sus opiniones actuales, el que fuera progresista defiende abiertamente a Meloni y a Vox y aplaude su combinación de racionalización migratoria y fiscal («falta motosierra»).
En dos palabras, motosierra y fronteras, Varsavsky está resumiendo lo que empieza a ser un nuevo centro político acelerado por la victoria de Trump y por el X de Elon Musk, al que ya llaman oligarca los que nunca se lo llamaron a Soros por su intento de reequilibrar la narrativa frente a los medios tradicionales. Sus efectos se extienden a Reino Unido y Canadá (abisales corrientes atlánticas agitan la anglosfera y estremecen el Potomac, diría un Juliana) y se espera lleguen a Alemania donde Musk apoya a una AfD que hace nada era innombrable. En todos esos lugares, hurga en los desórdenes de la inmigración.
Algo así vivimos con lo Woke. La crítica a esta ideología, simbolizada en el atleta trans que vence a la mujer, acabó ganando el centro político hasta lo que parece (parece) su derrota. Una ola similar, si no mayor, se levanta contra los efectos de la inmigración. Las violaciones de Rotherham pueden ser su símbolo.
Si Daniel Cohn-Bendit habla del Gran Reemplazo, será cuestión de meses o quizás semanas que lo escuchen de labios de sus socialdemócratas, socioliberales, centristas y liberalios favoritos, que pequeñito irán dejando a Jean Marie Le Pen.