«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

De peluca y trompeta

16 de mayo de 2025

No fue pequeño el enfado cuando escribimos en octubre que el búmer es el principal obstáculo para impulsar un cambio real en España. Qué barbaridad, qué ingratitud hacia quienes nos trajeron democracia, autonomías y una Constitución que garantiza el derecho a la vida y la unidad de España. Nada malo puede ocurrirnos, lo dice la ley. Ni siquiera que algunas manifestaciones sean artefactos desmovilizadores.

El pasado fin de semana Colón albergó la enésima fiesta del gatillazo búmer. Hubo menos presencia de la esperada para quienes viven de inflar las expectativas. El objetivo —y no por casualidad oímos esta cantinela cada vez en más foros— es echar a Sánchez. Guarden banderas, superen diferencias, que lo importante es llegar. ¿Adónde? No sabemos.

El cortoplacismo es enemigo de quienes aspiran a cambiarlo todo, de la regeneración profunda, y aliado del intercambio de cromos que apuntala y legitima el turnismo gatopardiano. Así, las promesas de nuevos horizontes y la euforia se diluyen como las encuestas de Michavila en una noche de verano. Los ministerios repartidos en un papel golpean sus caras en perfecto bumerán demoscópico y la movilización surte el efecto contrario al deseado.

En mitad del chasco se agrieta bajo nuestros pies la brecha generacional, una distancia que aumenta conforme se caen los mitos de la transición. Dos mundos colisionan en el espectro antisanchista: el constitucionalista y el post búmer. Tal fricción, que no siempre la determina la edad, es palpable por las ubicaciones donde uno puede protestar. Lo que va de Colón a Ferraz. O sea, del consenso a la intolerable algarada populista. Salga a la calle, pero deje en paz a mi PSOE. Porque el búmer no cree que haya nada fuera del bipartidismo. Extra omnes.

Eso no quiere decir que no titubee cuando sus amuletos se van desintegrando como azucarillo en el café. De pronto, llega la performance en Mauthausen. El Rey rodeado de tricolores. Luego niega lo que ven sus ojos, pues es rasgo principalísimo del 78 el mirar hacia otro lado, ya sea una rebelión separatista (ensoñación) o que una minoría —desde la ETA al encorbatado PNV— legisle cada semana contra el interés nacional. Lo del monarca, huelga decirlo, no es ninguna broma porque su compañía es la misma que expulsó a su abuelo al exilio… a la Italia de Mussolini. Y después de la flor de lis viene el himno de Riego, como recuerda Foxá.

Por más que la situación se recrudezca nuestra bumerada siente una irrefrenable pulsión hacia el ridículo. Maldice la posibilidad real del fin de la guerra en Ucrania (guerrilleros de boquilla tuitera) y cree que tras el golpe de Puigdemont estaban unos cuantos rusos escondidos en perfiles de Twitter que sacaron, por arte de katiuska, a millones de catalanes a las calles. Este cuento les reconforta y genera dulces sueños. El separatismo no lo fabricaron en Madrid cuando cedieron las aulas a Pujol. No. Fueron tres informáticos rusos con IP a orillas del Volga.

En la plaza de Colón volvimos a comprobar que la solución era Cayetana. ¿Quién no la ha aupado alguna vez? Pedro Jota, Aguirre, Losantos, la COPE, Aznar, Casado… la eterna promesa nunca pasa del libro, el manifiesto y un acto a las ocho de la tarde. Otra vez el libérrimo patriotismo constitucional, el único admisible. El del Estado limitado en España pero a favor del soviet de Bruselas. El que echó los dientes coreando eslóganes del mayo francés, el prohibido prohibir. Hoy, sin embargo, nos legan un mundo en que la seguridad sólo es posible bajo un férreo control social. Cámaras en cada esquina aunque las calles nunca fueron más inseguras.

El mundo Ciudadanos vuelve matizado bajo las siglas de siempre, incluso en Cataluña, donde los cachorros que amamantó —a los que supongo la mejor intención— son hostigados en las universidades y casi siempre son ellos los que muerden el polvo. En demasiadas ocasiones nos han herido el alma, sobre todo cuando se dejan robar las banderas. Ahora hay unos chavales que han dicho hasta aquí hemos llegado, pel canvi, y eso es una magnífica noticia.

Los cambios, todavía pequeños, son una realidad. En el resto de Occidente llegaron para quedarse, quizá por ello no sea casualidad que el sistema responda al fin de las ideologías aplicando respiración artificial al eje izquierda-derecha para mantener la ficción del enfrentamiento birpartidista. Ya vemos lo que ocurre fuera: los socialistas desaparecieron de Francia y los populares de Sarko tocan fondo, en Alemania las mentiras de los demócratacristianos le pasan factura a Mertz y los socialistas son la tercera fuerza y bajando.

En España acabamos de pillarles en la sempiterna operación rescate. Hay que meter a Feijoo en la Moncloa como sea, así que fabrican el relato de que Sánchez afronta sus últimos días en el poder. Que está derrotado por dos editoriales de Alsina y un durísimo monólogo de Vallés, que ya hay que ser de peluca y trompeta para caer siempre en la misma piedra.

Peor aún es que se escupe contra la juventud, que es un vicio muy de las generaciones que lo han perdido todo, a la que se culpa de los errores propios. Comunistas de jovencitos y militantes socialistas hasta las bombas de Atocha señalan con el dedito como si fueran jeringuillas de la OMS.

Con tal desquiciamiento nuestra bumerada contempla la expulsión de Hungría de la UE, sobre todo porque ha eliminado el IRPF para las madres que tengan dos o más hijos. Trump no es lo suficientemente provida, Le Pen es abortista, pero eh, aquí en España a rendir los principios y entregar los votos al PP que llevó el aborto al TC y luego lo dejó tal y como estaba. Luchemos por el español en la web de la Casa Blanca pero persigámoslo en Galicia.

Nos han dejado la Europa desmilitarizada que lleva casi un siglo subrogando la defensa al tío Sam. La Europa de las botellitas con el tapón inseparable. La que nos impide circular en coche. La ecosostenible. Este es su legado.

En fin, otro ejercicio de autocomplacencia generacional. Rompan filas.

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