Yo, hasta que no lo publicó Unai Cano el pasado miércoles en este periódico, no me lo creí. Lo había visto por las redes el día anterior. Pero dicen que circulan muchos bulos. Probablemente menos de los que salen de La Moncloa.
La noticia explicaba que «más de la mitad de mujeres marroquíes que se han establecido de forma regular en Cataluña están en paro y no trabajan (en concreto, el 54,2%), según los datos del Instituto Nacional de Estadística».
«En el caso de los hombres, los marroquíes también encabezan la lista con un 27,1% de paro, aunque en un porcentaje significativamente menor al de las mujeres de su misma nacionalidad», añadía. Luego venían otras nacionalidades.
¿Pero entonces de qué viven?, me pregunté. La primera vez que me hice la misma cuestión fue durante una visita al barrio de ca n’Anglada, en Terrassa (Barcelona) de la que ya les hablé en mi artículo anterior.
Me di una vuelta por los alrededores. En una calle cercana había un bar regentado por un español. Había literalmente cuatro clientes: el de las máquinas tragaperras, el pensionista, el parado y el que empinaba el codo de buena mañana. Todos de edad avanzada.
Él mismo me recomendó que fuera al bar de al lado. «El de los magrebíes», apostilló. La terraza estaba llena: treinta o cuarenta personas. Y en el interior lo mismo.
Conseguí entablar conversación con un cliente mediante un castellano precario. Era media mañana de un viernes y, ante la afluencia de gente en día laboral, le pregunté a bocajarro: «¿De qué viven?». Se me quedó grabada la respuesta: «Estamos en paro o en ayudas».
Eso, como pueden ver, fue hace más de diez años. Recientemente volví y el local en cuestión seguía lleno de gente pese a que, en esta ocasión, era media tarde. El otro establecimiento ya había cerrado —supongo que por jubilación del dueño— y ahora era un «halal» de comida rápida.
Pensé que, a lo mejor, eso pasaba solo en ca n’Anglada. Al fin y al cabo, es uno de los barrios más vulnerables de Terrassa. Pero yo vivo en Martorell —un 16,50% de inmigración, según cifras oficiales— y hay una calle con dos bares magrebíes que suelen estar también siempre llenos, sobre todo por la tarde. Sospecho que ocurre lo mismo en otros municipios.
Hace años me leí Ética para una convivencia del exdiputado del Parlamento catalán Mohamed Chaib. Ahora Esquerra tiene una diputada de origen magrebí, pero hay que decir que —nacido en Tánger— él fue el primero. Fue el fichaje estrella del PSC en las elecciones del 2003.
Me llamó la atención este párrafo: «No vamos bien cuando una persona que hace quince o veinte años que está en Cataluña se levanta cada mañana y piensa que los servicios sociales le continuarán solucionando todos los problemas cotidianos». «Es ir por mal camino —añadía— porque estas situaciones no suponen ni la integración, ni la adaptación, ni nada».
Y concluía: «No podemos negar que hay unas necesidades sociales, es evidente que las hay, pero no se puede mantener la idea generalizada de que, para resolver un problema del tipo que sea, siempre hay que recurrir al área social del Ayuntamiento porque, precisamente, así se alimenta la imagen de que los inmigrantes abusan y se aprovechan de todos los servicios sociales». (1)
Que conste que esto lo dice Mohamed Chaib, que entre el 2018 y el 2019 fue también diputado en el Congreso. No, yo. Si no igual me acusarían de racista.
(1) Mohamed Chaib: Ètica per una convivència. La Esfera de los Libros, Barcelona 2005, página 28