«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

De su capa un sayo

26 de julio de 2021

Una imagen me obsesiona desde el pasado 16 de julio. Era el día de la Virgen del Carmen, pero el ayuntamiento de mi pueblo había suspendido la tradicional y populosa procesión de barcos por el río por la cosa del Covid. Motu proprio, decidimos echarnos a la mar unos amigos en un barco para ir a visitar la escultura de la Virgen que culmina una de las dos escolleras del río. Nadie más navegaba.

La imagen que me obsesiona no es la de la gente divirtiéndose, sino el contraste entre la procesión suspendida y el jolgorio desatado

Luego cenamos en el mar, porque las grandes fiestas hay que celebrarlas, aunque sea a solas; y a la vuelta, ya de noche cerrada, vimos la bulliciosa animación que había en los bares de copas de la ribera del río y hasta en unos cacharritos de feria que el Ayuntamiento ha montado en la otra orilla para el verano. La verbena, digamos, estaba incólume. A mí me parece de maravilla la diversión prudente, sobre todo porque es el medio de mucha gente de sacar adelante a sus familias. La imagen que me obsesiona no es la de la gente divirtiéndose, sino el contraste entre la procesión suspendida y el jolgorio desatado.

Con un hecho añadido. Nadie prohibía la procesión espontánea de aquellos devotos de la Virgen del Carmen que se hubiesen echado al río a rendir su homenaje anual a su Señora. De hecho, desde el barco, vimos a una familia que se había echado a tierra e iban caminando por el espigón a llevar un ramo de flores a la Virgen. Con que nos hubiésemos multiplicado por diez los de la mar y por diez los de la tierra ya habría habido una señora procesión del día 16 de julio.

He aquí la herida latente por debajo de la anécdota. Nos hemos acostumbrado a que los poderes públicos nos lo den todo organizado. Ya es grave que necesitemos su permiso para tantas cosas, y que puedan denegárnoslo, incluso, contra la ley y la Constitución, como ha quedado demostrado con la sentencia del TC sobre el estado de alarma. Pero todavía es peor, porque es más ladino, que no nos atrevamos a hacer lo que podríamos, pero que el Estado no nos alienta.

Hay que ser conservador en todo aquello que te dejen y reaccionario en lo que ya no

Lo he comentado varias veces a propósito de la objeción de conciencia, que parece que si el Gobierno no la ampara con una ley regulatoria ya no existe ni la conciencia que objeta porque ella dicta su ley superior. Pero el tic totalitario está más extendido. Véase: si la administración no te organiza la procesión de la Virgen del Carmen no se te ocurre procesionar tú por tu cuenta, cuando tu paseo criptocatólico es perfectamente legal.

Una de mis aficiones teóricas es discutir sobre los límites entre el conservadurismo y la reacción. Mantengo una línea roja para diferenciarlas: hay que ser conservador en todo aquello que te dejen y reaccionario en lo que ya no. La aplicación práctica de este criterio es vital, porque un conservador sería aquel que aprovecha cualquier resquicio para mantener sus principios y tradiciones, sin esperar a la restricción o a la represión. Coge la mano y se adelanta, y eso es justamente lo que necesitamos ahora más que nunca.

Con el ejemplo carmelita se ve muy claramente. Cuando el Gobierno prohíba las procesiones de la Virgen del Carmen, entonces será el momento de hacerse reaccionario, si no de echarse a las catacumbas. Pero mientras se limite a no subvencionarlas ni hacerles un horario oficial con guardias municipales organizando el tráfico y a no montar los preciosos fuegos artificiales de antaño, pero uno siga teniendo el derecho de ir a ver a la Virgen de la escollera como la muchachada lo tiene de ir de bar en bar, hay que ir.

Defienda su libre arbitrio con uñas y dientes. No espere que le animen, ni que le organicen, ni que le subvencionen

He puesto el ejemplo marinero porque fue cuando yo lo vi claro, pero la casuística se multiplica, y los ejemplos religiosos valen tanto como los laicos e incluso como los aparentemente intrascendentes o caprichosos. Estamos en un momento de la política española y occidental en que lo más urgente es que ejerzamos con firmeza las libertades y los derechos que aún tenemos. Antes de que nos los prescriban a base de indolencia y desidia. El anarquismo se está convirtiendo en uno de los pilares que sostendrán la civilización. 

Defienda su libre arbitrio con uñas y dientes. No espere que le animen, ni que le organicen, ni que le subvencionen, ni que le hagan un horario, ni que le den permisos que no les hacen falta. Eduque a sus hijos como quiera. Piense, y luego exprese libremente lo pensado. Haga algo tan revolucionario como seguir las tradiciones y guardar las formas. Etc.

Los españoles hemos pasado a la historia militar como los grandes inventores de la guerra de guerrillas. Cuando la libertad de los ciudadanos está en juego, recuperemos esa táctica. Cada uno por libre, bandolero de su casa, franco tirador de lo suyo, haciendo de su capa un sayo. O como dice otro refrán libertario: «Más vale pedir perdón que pedir permiso».

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