Me encanta el olor a debate abierto por la mañana. Me asfixian los discursos silenciados y me irritan los grititos escandalizados cuando alguien sugiere lo mínimo que no esté de acuerdo con la opinión oficial. Y ja, ja, ja, esos vahídos subsiguientes (ay, las sales para la señora o para el caballerete postmoderno) cuando alguien dice algo escandaloso, no sé, como que la hierba es verde. La sentencia de la Corte Suprema de Estados Unidos permite que varios estados hayan aprobado, con el legítimo respaldo democrático de sus mayorías, leyes que defienden la vida, lo que salvará muchas. Y de paso ha posibilitado que reverdezca el debate sobre el aborto en todo el mundo.
Yo también tengo una frase que me pone los pelos como escarpias: la del hombre que afirma que el aborto es «una decisión exclusiva de la mujer»
Argumentos puramente científicos, como los que aporta la biología molecular, que demuestra que hay vida humana única desde el primer momento, vuelven a ponerse sobre la mesa como recién descubiertos. Y también muchos argumentos más estéticos, vivenciales, emocionales o políticos, incluso. Todos están bien, porque una verdad no tiene precio y una vida tiene un valor infinito y, por tanto, no hay razón, de la razón o del corazón, que esté de más ante una cuestión tan literalmente vital.
Con el debate se levantan ampollas y la gente, animada por el jaleo, se lanza a reflexionar por cuenta propia. Ya he oído a varias amigas indignadas porque se hable de «las mujeres» como si todas fuesen un colectivo sin fisuras perjudicado por la defensa de la vida. Primero, porque lo que las perjudica es el aborto; pero también porque ellas no son ningún colectivo unánime.
Yo también tengo una frase que me pone los pelos como escarpias: la del hombre que afirma que el aborto es «una decisión exclusiva de la mujer». Me espanta su latente machismo, probablemente inconsciente, como son la mayoría de los tics heteropatriarcales, según dicen las feministas.
Analicémoslo de cerca. Casi todo el mundo asume (salvo un puñado de fanáticos) que el aborto es una tragedia y que causa un trauma prácticamente imborrable en quien pasa por él. No parece lo más caballeroso decir en ese momento de angustia a una mujer o a una chica muy joven que es su decisión. Ea. Hay una clara analogía con la escena de Pilato lavándose las manos. Como el aborto es, se quiera o no, sucio y duro, el hombre mira condescendientemente para otro lado. Aunque lo hace, eso sí, con la excusa de un respeto infinito… a quien se deja sola ante el drama.
Creo que el efecto de otorgar la decisión del aborto a las mujeres en exclusividad es consagrar la irresponsabilidad del varón
Por mi experiencia, cada vez que alguien me dice que algo es mi decisión, me siento ligeramente abandonado. Si me dan a elegir, prefiero consejo, apoyo, asesoramiento, compañía… Todo eso, y no un frío: «Con tu pan te lo comas».
Esto puede ser subjetivo y depender de mi sensibilidad lingüística o social, pero creo que el efecto de otorgar la decisión del aborto a las mujeres en exclusividad es consagrar la irresponsabilidad del varón. Si se produce el aborto, porque se le deja el muerto exclusivamente a la mujer. Y si felizmente se llega al nacimiento del bebé (oh, felicidades), porque la decisión exclusiva de ella tuvo más fuerza que el mismo acto de engendrarlo entre dos. La posibilidad de eliminarlo o no en manos de la mujer deposita moralmente en sus manos exclusivas el fruto de su decisión de seguir adelante o no.
El que verdaderamente está involucrado en el aborto es el feto. A él debería corresponder, pues, la última decisión
Hay otro ingrediente en el tópico: el individualismo absoluto, tanto de la mujer como del hombre. Aquella se queda sola con la decisión y él se escaquea libre, y muy satisfecho de sí mismo por lo comprensivo y progresista que es, oh.
En realidad, nunca estamos solos, y las decisiones se deberían tomar entre todos los interesados. Pero ¿alguien tendrá que tener la última palabra, no? Por supuesto, no podemos decidirlo todo por votación o por consenso. La decisión, en última instancia, tendría que ser de la parte más comprometida. Recuerdo un viejo chascarrillo que decía que en unos huevos fritos con bacon, la gallina no se comprometía, sino que colaboraba, mientras que quien se comprometía del todo era el cerdo. No es de muy buen gusto traerlo aquí, pero nada con el aborto lo es. El que verdaderamente está involucrado en el aborto es el feto. A él debería corresponder, pues, la última decisión. ¿Quiere vivir? Sí, el nasciturus siempre quiere. Él, tan chiquitito, sabe bien que no es una decisión sólo de la mujer.