«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

Decrecimiento

9 de mayo de 2025

Quién le diría a esos chicos que soñaban con una playa bajo los adoquines de la Puerta del Sol un 15 de mayo, que los suyos tenían preparado un futuro formidable basado en decrecimiento y desindustrialización. Década y media después de la conjura contra los mercados los periodistas que jalearon aquella protesta critican los aranceles mientras España bate récords en paro juvenil y adopta el modelo de los trabajos que ya no vuelven, las fábricas deslocalizadas y la venta del campo al lobby de las energías renovables.

Los antiguos sueños de barricadas y lucha obrera, el Papá cuéntame otra vez y otros estribillos desfasados son sólo la banda sonora de una generación a la que han robado todas las certezas. Hace veinte años, cuando los jóvenes surfeaban la ola de la curva ascendente, nadie habría creído que la conversación más extendida hoy en tantos cenáculos del poder y el mainstream progre consiste en ponerle barreras al crecimiento económico.

La erosión, por supuesto, afecta a todos los sectores. En Andalucía arrancan olivos centenarios para instalar placas solares. Su proliferación es un modo de presión a quienes se resisten a vender su pedacito de tierra. La chatarra rodea la propiedad hasta que el grande expulsa al pequeño de su casa, que es tanto como decir que el Estado vende el campo a las renovables, poder extranjero con sonrisa verde y alma negra. A mayor número de placas solares más expropiaciones. Y Moreno Bonilla, que también pactó con Teresa Ribera en Doñana, sigue la hoja de ruta de Bruselas y desmantela la última central operativa de carbón en la región.

Por eso el rasgo esencial de nuestra época es un poder que actúa contra la riqueza nacional, contra su propio pueblo. Gobiernos con una agenda que contempla el desmantelamiento del tejido nacional que acercaba a España a algo parecido a la soberanía. Cierran las nucleares y las fábricas de industrias punteras como la del automóvil, que para eso ya tenemos a China. La Comisión Europea decreta el fin de la pesca, la agricultura y la ganadería y la sustitución de nuestro sector primario por el del tercer mundo. Luego viene el reemplazo de la población, teoría para conspiranoicos hasta que te montas en el metro o caminas por uno de esos barrios donde nunca pregunta el CIS. Es la aniquilación de una cultura, una forma de vida y de todo eso a lo que antes llamábamos progreso.

Claro que no es sólo un modelo económico, energético o industrial. El nexo común es la depauperación, que no por casualidad quienes mandan llevan años hablando de decrecimiento como en Davos nos prometen pobreza envuelta en felicidad. Ahí es nada: de-cre-ci-mien-to, que suena mejor si lo pronuncia un politólogo o un economista abonado a la teoría apocalíptica de que hay demasiadas personas y no producimos recursos suficientes para todos. El debate nunca es la economía real —nuestra carísima cesta de la compra, el precio de la energía o la vivienda—, que por más que empeora siguen subiendo los impuestos verdes para salvar el planeta.

Este mundo distópico ya está aquí y lo vemos con claridad, aunque nos condenen a la oscuridad y a los trenes parados en mitad de la madrugada, ruina que no ameniza ni un cómico cantando por bulerías. Se desmoronan las antiguas seguridades y nada lo explica mejor que el AVE, siempre puntual, convertido en una especie de ruta Quetzal mesetaria. Quienes tenían una fe ciega en la tecnología, la que nunca falla y nos redimiría de supersticiones milenarias, se frotan los ojos ante la caída de los dioses de mentira.

Pero ni por esas algunos se bajan del burro porque persisten en la ficción de llamar mundo libre a lo que nos rodea. Ahí está la Comisión Europea, que impone la censura a la voz de ¡que vienen los bulos! Von der Leyen pide el control de los medios de comunicación y las redes sociales para prevenir la desinformación. Dice doña Úrsula que debemos generar inmunidad frente a la manipulación, la misma jerga que luego nos encontramos en el BOE de Sánchez, al que uno imagina en la Moncloa hasta 2050, pues el miércoles Feijoo le ofreció un pacto de Estado y después un paseo juntos por la calle.

Cada vez lo tienen más difícil quienes —como Ortega y Gasset— sostienen que España es el problema y Europa la solución. El Gobierno de Starmer sugiere a los británicos que viven solos que acojan a inmigrantes en sus viviendas. Suponemos, claro, que sólo los días que no les envía la policía por escribir tuits denunciando los crímenes perpetrados por inmigrantes. Dice el tuitero Brigante que si llaman a tu puerta a las seis de la mañana no es la policía, pero tampoco el lechero: es el pakistaní que te ha tocado en el cupo. Estamos avisados. No sufrimos una recesión, sino un decrecimiento planificado en un continente condenado a mutar de ADN en todos los órdenes. En la Europa que antes iluminaba al mundo hoy sólo brillan las iglesias que arden como si fueran coches eléctricos.

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