Son muchos los aspectos en los que discrepo de Xavier Sardà. Probablemente, nos resultaría difícil encontrar puntos de acuerdo en materia política o ideológica, pero no por eso puedo negar el respeto profesional y el afecto personal que le profeso. Le conocí hace más de treinta años, cuando tuvimos ocasión de trabajar juntos en Radio Nacional de España en Cataluña a principios de los ochenta. Y nunca he dejado de reconocer en él a un iconoclasta de gran creatividad con inmensas dotes para la comunicación, precisamente, por el carácter transgresor de sus planteamientos.
Muchos le definen como el referente de la telebasura. Bien es cierto que Crónicas Marcianas, como escaparate del frikismo y la provocación, marcaría un antes y un después en el modo de hacer televisión. Y es de justicia aceptar las críticas de aquellos a quienes no les gustó el programa. Pero no por ello se le puede negar a Sardà que es un gran profesional con una visión de futuro como pocos.
La progresía de salón, que le encumbró como modelo de heterodoxia, se rasga ahora las vestiduras al comprobar que l’enfant terrible de la comunicación denuncia el “independentismo acomodaticio” de los medios catalanes subvencionados por la Generalitat. Los activistas del secesionismo hubieran querido encontrar en él a un aliado del paroxismo que parece haberse instalado en amplios sectores de la sociedad catalana. Pero Sardà, en vez de sumarse a la corriente del pensamiento dominante, ha recordado la vigencia del proverbio chino que sentencia que “cuando el dedo del sabio señala a la Luna, los imbéciles se quedan mirando al dedo”.
Cada vez son más los catalanes que levantan el dedo para señalar la nefasta gestión de los políticos nacionalistas, cuya única obsesión en perpetuarse en el poder que les otorga la eterna huida hacia promesas soberanistas, en vez de administrar los recursos públicos en beneficio de los intereses de los ciudadanos. Pero la intransigencia lleva a los separatistas a mirar el dedo, considerando el gesto como una agresión, en lugar de analizar lo que realmente está señalando, que es la verdad que trata de esconder el mesianismo nacionalista.
“Es de mal patriota desear que los medios de comunicación no dependan de una misma fuente de financiación: el gobierno catalán”, ha lamentado Sardà en un artículo, en el que vaticinaba que “el simple hecho de que alguien lo subraye le convierte ya en un cerdi-unionista”. Y añadía que “el hiperrealismo independentista” impide hablar de otros temas.
Ignoro si Xavier Sardà es partidario de una Cataluña independiente del conjunto de España o no. Y respetaré su postura sea cual sea, aunque no coincida con la mía. Pero es digno de aplauso que se haya atrevido a denunciar lo que otros callan, el escaso pluralismo que se encuentra en los medios de comunicación catalanes, amancebados en la comodidad de la subvención oficial y supeditados a la pleitesía del “editorial conjunto”.
Y eso no tiene nada que ver con que me gusten o no sus programas. Mi libertad me permite recurrir al mando a distancia para escoger los que quiero ver en televisión. Lástima que, en Cataluña, muchos ciudadanos no gocen de esa misma libertad para expresar opiniones diferentes a las que dicta la autoridad nacionalista.