«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La deriva sindical

18 de diciembre de 2013

¿Qué pensará , allá donde esté, el bueno de Marcelino Camacho cuando vea los derroteros de CCOO, ese sindicato por el que él lucho a costa de sus libertades y sin más riquezas que la de su jersey de cuello vuelto , y que ahora parece emponzoñarse y corromperse comprando kilos de caramelos, realizando viajes injustificables e imprimiendo tarjetas de visitas para los liberados – ¿Para qué querrá un liberado del trabajo una tarjeta de visita?-, amén de pagos duplicados y alguna que otra mordida, todo ello a costa del erario público y través de una utilización malversadora de las subvenciones otorgadas para el buen funcionamiento del sindicato y no para el despilfarro y solaz vidorra de unos cuantos afiliados.

 

¿Qué se dirá en sus silencios de jubilado el otro histórico sindicalista, Nicolás Redondo, al contemplar esas posibles mamandurrias gestadas al amparo de las siglas de la UGT, donde existen devoradoras mordidas, pagos duplicados y millones de euros malversados en ERE irregulares…

 

¿Pero podría esperarse otra cosa de unos sindicatos cuyas cuentas se trajinan en los pesebres del Estado en donde, por desgracia, en la hora presente los controles son escasos y abundan no pocos corruptos; pues basta para que una juez valiente o un funcionario leal arañe un poco para que el sistema hieda? ¿Pero qué sindicalismo es este que se encoleriza, llama a arrebato y bloquea las calles las ciudades con manifestaciones de bocadillo y botellín de agua contra normas estatales “contrarias a la masa trabajadora”, mientras él mismo sobre mesas repletas de mariscos y cochinillo perfila sus propias plantillas en base a esa normativa aberrante y capitalista?

 

El artículo 7 de la Constitución señala a los sindicatos, junto a las asociaciones empresariales, como organizaciones básicas para la defensa y promoción de los intereses económicos y sociales. Lo son, y no porque así lo defina la Norma de las normas y vengan avalados por una extensa doctrina jurisprudencial del Tribunal Constitucional, sino como expresión y conjunción natural del trabajador en defensa de sus derechos frente a las posibles presiones o abusos que pudiera cometer el empleador, para vigilar y atender que la legislación de un estado determinado a fin de que estén atemperados los intereses del trabajador y del capital. Así los sindicatos nacieron en las barricadas, se instrumentalizaron en los barracones ante latas de sardinas y no pocos de sus miembros, aquí y en otras partes del mundo, dieron con sus huesos en las mazmorras por defender los derechos de sus afiliados y de los trabajadores en general. Es la esencia de ese espíritu el que debe prevalecer por encima de otra consideración, y no la mangancia antes señalada que ahora parece aflorar, ni tampoco ese servilismo ideológico a ciertos partidos políticos, que, como buenos partidos, utilizan el sindicato próximo para sus fines, lanzándolos, las más de las veces, a batallas sin sentido para los intereses sociales que dicen defender.

 

El gran problema de nuestro sindicalismo, es que al estar apacentado por el Estado y acunado por algún partido, se ha adocenado, carece de visión y algunos de sus miembros ante el dinero fácil, el buen sillón, la falta de control y un sistema judicial impreciso piensan que todo el monte es orégano y caen también en la corrupción. Lo grave de ellos es que, aparte de que como el resto de corruptos que están aflorando en nuestra Nación se apropian con el dinero público, ponen al trabajador como estandarte de sus corruptelas y abusos; cuando , precisamente, lo que están haciendo es privándole de ayudas y beneficios. Pero lo que no se entiende es que un partido político que lleva en sus siglas al obrero o al trabajador, sin previo análisis, se lance en defensa de ese sindicato cogido con las manos en la masa y le eche la culpa a la derecha; que parece ser la única recogedora de toda las inmundicias de la España actual, ya que la izquierda y el centro son bueno y santos, según testimonio de ellos mismos.

 

Ahí estamos: ayer fue un Ayuntamiento, más tarde una Autonomía, luego un partido y, ahora, algún que otro sindicato; la corrupción que no cesa, mientras que el españolito de a pie, el trabajador sindicado o no, va tirando día a día con la mirada puesta en Dios, al tiempo que busca esos brotes verdes que le señalan unos y otros pero que no encuentra.
Es una lástima y una vergüenza todo esto que estamos viviendo.  

 

José Juan del Solar Ordoñez es abogado y escritor

 

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