«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Abogado franco-argentino, director del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) en Madrid
Abogado franco-argentino, director del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) en Madrid

Derribando naciones

27 de abril de 2021

El último dique que debe derribar el mundialismo progresista, para inundar al mundo, es el estado-nación. Siguiendo la máxima de Filipo II de Macedonia – divide y vencerás – los aprendices de brujos que pretenden moldear de manera uniforme al hombre post-Covid, favorecen cada división para disolver las unidades políticas que quedan y luego coagularlas en un nuevo orden.

Donde había paz siembran la discordia y donde había tensiones éstas se azuzan incansablemente.

Quebrada desde hace varios siglos la Cristiandad, se resquebrajaron los viejos imperios hasta desaparecer a lo largo de los siglos XIX y XX. Vino entonces el momento de evitar que los antiguos territorios europeos en África y América formaran bloques fuertes y se fomentaron divisiones artificiales. En el caso africano, las fronteras trazadas con regla después de muchos años de deportaciones jugaron un papel significativo para sumir al continente en hambrunas y baños de sangre hasta el presente.

Echan mano de una memoria histórica que vuelve a crear divisiones inconciliables en el seno de sociedades que habían encontrado la paz interior

Hoy les toca el turno a las unidades nacionales, sean viejas o nuevas, hayan sido formadas más o menos artificialmente, los progres necesitan reducirlas a su mínima expresión para que advenga el régimen global anhelado. 

Con ese único fin, fomentan los regionalismos sin importarles del tipo que sean:  el catalán y el vasco en España, el escocés en el Reino Unido, u otros totalmente artificiales como el mapuche en la Patagonia y, últimamente, el mendocino en la Argentina.

También echan mano a una memoria histórica totalmente desmemoriada y partisana que, a más de imponer desde el poder que han tomado una versión ideológica de las guerras que han perdido en el campo de batalla (es notable la agenda paralela del zapaterismo español y del kirchnerismo argentino con la guerra civil española y la guerra civil que azotó la Argentina en la década de los ‘70), vuelve a crear divisiones inconciliables en el seno de sociedades que habían encontrado la paz interior hacía varias décadas.

Se trata de afianzar la unidad nacional uniendo las fuerzas vivas de la sociedad tras un ideal, una cultura común y no de perseguir las quimeras doradas del globalismo

Si en estos tiempos los Estados ejercen a duras penas la soberanía sobre sus territorios frente al avance incansable de poderes superiores ¿qué se puede esperar que hagan sus fragmentos, después de la división, cuando hoy mismo apelan a las estructuras internacionales? Escocia y Cataluña quieren separarse de sus Estados para ir a enlazarse con el globalismo bajo las sábanas de la Unión Europea. Los pretendidos mapuches, que en el sur argentino y chileno perpetran actos terroristas quemando estancias e iglesias, en la escena internacional se refugian y buscan la protección de supuestos derechos ancestrales ante los organismos de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. El incipiente separatismo mendocino (y, en general, la aspiración independentista de la Argentina del Centro) espera encontrar en su inserción en el mundo una receta mágica para escapar a las continuas crisis y a la decadencia argentina.

Si queremos aferrarnos a alguna esperanza de mantener nuestra libertad, nuestras familias, nuestras costumbres y tradiciones, en suma, nuestro modo de vivir, debemos realizar exactamente el trabajo contrario.

Se trata de afianzar la unidad nacional uniendo las fuerzas vivas de la sociedad tras un ideal, una cultura común y no de perseguir las quimeras doradas del globalismo que sólo traerán soledad y desintegración de las tradiciones en un universo dislocado. Hay que mantener la riqueza de las tradiciones regionales en una nación, como se mantienen las tradiciones familiares en un solar común. 

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