El pasado jueves 10 de junio, Javier Ortega Smith protagonizó un acto en la Plaza de España de Melilla. A la misma hora, la Delegación del Gobierno en la ciudad autónoma había autorizado una movilización convocada por la plataforma Stop Desahucios cuyo cierre debía hacerse en ese mismo enclave, dando lugar a una posible coincidencia de imprevisibles resultados, máxime después de lo ocurrido hace unas semanas en Ceuta. Al lema de los antidesahucios -«Manifestación contra la Islamofobia y el racismo de Vox»-, se unió la inevitable tamborrada y el ondear de banderas españolas segundorrepublicanas. Nada nuevo bajo el Sol antidesahuciatorio que, por su afecto a la bandera tricolor, parece más interesado en desahuciar a Felipe VI que en evitar aquello por lo que dice trabajar este colectivo, pues los desahucios han crecido un 13,4 % en el primer trimestre de 2021.
La manifestación de la Plataforma, cuya demora en su laico procesionar impidió la coincidencia con la concentración voxera, fue simplemente un acto contra el partido de Abascal, a quien, con la complicidad de todas aquellas estructuras políticas y financieras beneficiarias del sistema autonómico, se le tratan de adjudicar las más desagradables etiquetas, entre ellas las que figuran en el mentado lema. Válida para un roto, pero también para un descosido, la bandera tricolor se emplea en reivindicaciones que nada tienen que ver con el efímero régimen del cual fue símbolo. En el caso que nos ocupa, o que debiera ocupar a quienes dicen tener su razón de ser en el problema de la vivienda, hay que recordarle a los manifestantes que la Ley de Casas Baratas se aprobó en 1921, durante la Dictadura de Primo de Rivera que, en 1925, extendió estos beneficios mediante un Real, que no republicano, Decreto. Fue precisamente durante la II República cuando se suspendió la tramitación de dichas ayudas. Terminada la Guerra Civil, en 1939 se fundó el Instituto Nacional de la Vivienda, coordinado con la Obra Sindical del Hogar, que dio impulso a un amplio programa de viviendas protegidas de las cuales todavía quedan las famosas placas en los portales que tanto molestan a los ardorosos españoles que queman su vida combatiendo al franquismo medio siglo después de la muerte de quien dio nombre a tal régimen.
Durante el franquismo, que en 1948 no reconoció al Estado de Israel mientras apoyaba la causa palestina, se insistió constantemente en la «tradicional amistad hispano-árabe».
Pero, si la II República española no destacó por su impulso a la vivienda: ¿qué sentido tiene hacer ondear esas banderas por parte de una plataforma vinculada a las así llamadas «soluciones habitacionales»? La respuesta conduce a Francisco Franco, figura que preside, por motivos propagandísticos, la actualidad política española. Una figura que desde las filas autodenominadas progresistas, pero también desde las de viejos socios del militar gallego, singularmente el PNV santoñés, trata de soldarse a VOX, partido que se presenta por la prensa mercenaria como netamente franquista. Ello explicaría la presencia de banderas tricolores en los aledaños del acto presidido por Ortega Smith, cuyo partido se opuso a la retirada de la estatua del comandante Franco que desde 1978 se alzaba a los pies de las murallas de Melilla, hasta su retirada, celebrada con júbilo por los antifranquistas post mortem, decidida el pasado 23 de febrero, con la abstención del PP, en la Asamblea de Melilla. Sin embargo, la pretendida identificación, acompañada de las acusaciones de islamofobia y racismo, hace aguas si se tiene en cuenta que durante el franquismo, que en 1948 no reconoció al Estado de Israel mientras apoyaba la causa palestina, se insistió constantemente en la «tradicional amistad hispano-árabe»,
Más allá de estos contorsionismos y arabescos, por más tela tricolor que se agite, por más tambores que marquen el ritmo del deambular de la izquierda indefinida, nada puede hacer desaparecer la inhumana realidad que acecha tras la frontera melillense que el sultán marroquí quiere hacer desaparecer para alcanzar sus objetivos políticos y teocráticos, acaso con la colaboración de una plataforma dispuesta a sumarse al desahucio de España de un territorio que es español desde hace más de medio milenio.