No recuerdo si era en El desencanto o en su secuela, pero en alguna de las dos películas Michi Panero se hartaba del circo cultureta de sus hermanos y les mandaba al cuerno. “En esta vida se puede ser de todo menos un coñazo”, decía, y la verdad es que la pose literaria de su familia empezaba a resultar cargante: un hermano se creía Verlaine, el otro Baudelaire, y la madre aspiraba a jugar un papel mitad Gala, mitad Yoko Ono. Allíel único que escribía genial era el padre, y a sus poemas ya casi nadie les hace ni caso, porque los han enterrado con tanta chorrada documental.
Pero síera cierto lo que decía Michi de que en esta vida no se puede ser tan brasa. En política, el separatismo catalán se ha convertido en algo muy parecido a los Panero: o sea, un desencanto y un plomo. Entre pueril y delirante, Artur Mas se mira al espejo y ve a Luther King, a Nelson Mandela, a Ghandi. No le queda nada para soñar que es Napoleón, o el arzobispo Makarios. Los demás le vemos con cara dura de tres por ciento, de los que han hecho negocio sembrando odio.
Todos los años igual, la Diada como la canción de Mecano, el aniversario de septiembre en el que cuentan una especie de cómic de Tintín, cuyo parecido con la historia real es equiparable a las similitudes de Syldavia y Cataluña. Que sílas tienen, por ejemplo: las dos son naciones imaginarias. Es llegar el 11S y el nacionalista catalán ya siente la necesidad rabiosa, enfermiza, de que en el resto de España hablen de él, porque hace tiempo que el problema reside más en lo psicológico que en lo político. Quizála solución pase por crear una terapia de grupo, donde ellos por turnos cuenten sus frustraciones y sus sueños de grandeza, y poco a poco procuren enmendarse y corregirse. “Me llamo Arturo. Un buen día le dije a mi mujer que en nuestra casa había que abandonar el español en el que hablábamos, y emplear desde entonces el catalán. Luego he utilizado el gobierno para obligar a todos los catalanes a que hicieran lo mismo. Pido perdón. Llevo un par de días sin insultar al resto de españoles ni proclamar memeces”. Muy bien Arturo, dirían los demás, enhorabuena. Después podían ir levantándose los otros tarados y contar también su historia. “Yo me llamo Jordi, me parezco a Yoda pero a míquien me gusta es Gollum -mi tesssorro-. He robado como si no hubiera mañana, y si me pongo a largar no queda político ni empresario que se libre del banquillo. Incluido Arturo.”A Otegui habría que llevarlo como a Hannibal, atado y con bozal, para que no muerda. No lo sé, pero a lo mejor con este sistema se iban desenganchando de la droga dura del nacionalismo, que destruye vidas como la peor adicción, y cuyas secuelas tardan generaciones en cicatrizar.