'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Días de caridad
Días de caridad
Por Itxu Díaz
23 de diciembre de 2022

Están las calles atestadas. Ríos de gente y sonrisas y brindis por doquier. Desde el bar donde escribo hoy deduzco que el mundo no se está yendo aún al infierno. No puedo garantizarlo, no he leído la prensa en dos días. Hay algo saludable y placentero en el parón navideño. Quizá la percepción de la última fiesta antes del cataclismo. En realidad, en la primera Navidad había un montón de sitio para aparcar en los centros comerciales. No es que la Navidad sea incompatible con la crisis, sino que la bonanza no interfiere la Navidad. Cada uno celebra a la medida de sus posibilidades y costumbres. La mía, por si alguien duda, es brindar con el vino más caro y tantas veces como se pueda. Es el Nacimiento del Hijo de Dios, no el Día de la Madre Tierra. Para una fiesta que no se ha engendrado en un despacho de Bruselas, no podemos desperdiciarla. ¡Al solsticio con los Scrooges!

La caridad es mucho más que la solidaridad. La caridad procede, y no solo etimológicamente, del amor a los demás

Una de los movimientos más hábiles de la izquierda moderna fue apropiarse de la caridad. Como estaba masivamente en manos de la Iglesia, decidieron cambiarle el nombre, que es algo que siempre funciona para moldear a la opinión pública. Nació entonces la solidaridad. El resto de la historia ya la conoces. El mundo entero quiere ser solidario. Nadie se acuerda de ser caritativo. No es un asunto menor. 

La solidaridad está bien y es algo loable. En general, todo lo que sea pensar en los demás, en pleno siglo del narcicismo egocéntrico, es bueno. Pero la caridad es mucho más que la solidaridad. La caridad procede, y no solo etimológicamente, del amor a los demás. La solidaridad es un contrato burocrático que, después de todo, casi siempre se basa en una premisa horrible: cualquier día podrías necesitarlo tú. La solidaridad alude a una causa común y al temor, la caridad alude al corazón del hombre y al amor. 

Sin embargo, y aunque la solidaridad parezca inundarlo todo, sigue habiendo caridad. De hecho, sigue siendo la opción más importante de ayuda a los desfavorecidos, principalmente a partir de las grandes, pequeñas y medianas iniciativas cristianas. Si no escuchas hablar de ella es –además de la proscripción del término, también en la Iglesia- porque la caridad no incluye la publicidad. No creo que haga falta que te cite el Evangelio de las limosnas.

Deberíamos recuperar de una vez por todas la caridad; en la vida, en la ideología, en el discurso político, en los medios

Gran parte del éxito de la solidaridad se basa en la publicidad a cada gesto y campaña. Es posible que se haga así para que otra gente se anime a participar, si bien en demasiados casos, en casi todos si hablamos a nivel corporativo, es solo una forma de decirle al mundo que estás en el lado correcto de la historia. Ya sabes, eres solidario y sostenible como un cartujo, pero dicho en el lenguaje progresista contemporáneo.

Pero la caridad sigue ahí. Lo que hacen los niños estos días en los colegios, lo que hacen las monjas desperdigadas por las zonas más pobres del planeta, y lo que hace la familia cristiana que acoge en su mesa al vecino que va a pasar en soledad la Nochebuena, no es solidaridad sino caridad. Hay amor individual, no una causa.

Sin ánimo de interponerme entre la legión de solidarios, si queremos empezar por el principio, deberíamos recuperar de una vez por todas la caridad; en la vida, en la ideología, en el discurso político, en los medios. Una cultura de herencia cristiana no debería permitirse renunciar a la caridad, que es tanto como renunciar al núcleo de nuestra fe, nuestra herencia, y nuestros valores. 

Por suerte, en las iglesias aún hay colectas para Cáritas y no para Solidáritas. De modo que no está todo perdido, confío. Si algo podemos proponernos en estos días de misterio y belleza de Navidad es restaurar la caridad: hay un montón de gente que necesita ayuda, especialmente ayuda no material. Y los pobres, ya sean de bolsillo, de ánimo, o de espíritu, no son un número –por más que en España sea ya inmenso-, ni mucho menos una causa. Y, a fin de cuentas, una Navidad sin caridad es solo un atracón.

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