El buenismo político, basado en el mero sentimentalismo, carece de cualquier tipo de autocrítica y bajo su forma bienintencionada esconde un opresivo corsé intelectual: lo que se inicia como un legítimo discurso contra la discriminación e injusticia varias termina convirtiéndose en una atroz deformación de la realidad. Es difícil arremeter contra dicha tendencia, siendo de tipo intangible y abstracto impregna ámbitos muy variados e influye en una amalgama muy variada de políticos, intelectuales, periodistas, etc.que han caído bajo su yugo, transformándose en sus profetas más entusiastas. Los que creían que el buenismo quedó enterrado con ZP no podrían estar más equivocados; la “nueva política” es el florecer de este sentimentalismo de forma compasiva pero de fondo perverso.
En nombre de la sacrosanta “nueva política” todo se les perdona a los nuevos partidos políticos. Las ansias de poner fin a este caduco orden de la “Segunda Restauración” nos ha convertido en presas fáciles de las últimas tendencias del merchandising político, volviéndonos esclavos de la forma y convirtiendo el contenido en un incómodo e irrelevante compañero de viaje. En los últimos meses hemos sido testigos de aspavientos varios: reparto a domicilio de ceniceros, reyes magos disfrazados de Halloween, una diputada con su hijo en brazos en el Congreso bajo la atenta mirada de su niñera a escasos metros… y sólo cabe formularme una pregunta: toda esta escenografía, ¿en qué ha incidido todo esto en la mejora de la vida de los madrileños, barceloneses, gaditanos, etc.?
Los ”gobiernos del cambio” no han significado nada más que un cambio de etiquetas entre yogures como diría Aranguren. Lo que funciona no se crean que ha sido mérito suyo: ya les venía de antaño de gobiernos anteriores. El problema no radica en lo que han dejado de hacer, sino precisamente en lo que han hecho: ideologización de patronos y fiestas locales varias, calles sucias, legalización de facto del top-manta, convirtiendo Barcelona en la capital europea de la venta ilegal. Muy clarividente es el caso de Colau: mesías de la paralización de los antidesahucios, a la hora de la verdad hasta su propia asociación ha denunciado su inactividad y continuismo; apoyo incondicional de los huelguistas, la realidad le ha demostrado que el gobierno de una ciudad no es la Ilíada que se había imaginado. Sin obviar que los ayuntamientos de los “gobiernos del cambio” se han convertido en agencias de colocación altamente eficaces, como bien demuestra Manuela Carmena y los 44 enchufados. Ir hoy en día al ayuntamiento de Madrid o de Barcelona es como ir a la Casa de los Simpsons: si no eres el amigo de, el primo de, la ex de, etc. no eres nadie.
El miedo a quedarnos aislados por nuestras opiniones lleva al asentimiento público ante ciertas ideas y al silencio sobre otras. Una clara muestra la encontramos en el veterano periodista Luis María Anson y su alegato a favor de Rita la Asaltacapillas. Nuestra ilustre teniente alcalde es el reflejo de este fondo perverso de la new politics, de talante afable y cordial pero con odio visceral hacia el catolicismo. Organizará todas las cabalgatas multiculturales que quieran , ahora no esperen que deje participar a determinados colegios con connotaciones religiosas. Pero ya saben, no sólo otorga el que afirma sino también el que calla. Y Ciudadanos es el que calla; pero sus silencios ante sucesos tan graves como los ataques a la simbología religiosa o la libertad de los padres para escoger centro educativo hablan más que mil gritos.
“La Nueva Política” encarnada en Podemos y Ciudadanos representan más de lo mismo: más gasto público, más derroche estatal y menos libertades individuales. Ante este escenario, el PSOE ha perdido su razón de ser: para sus votantes más jacobistas y lerrouxistas ya tienen Podemos; para los más light pero nostálgicos de las recetas de ZP ya tienen Ciudadanos.
Ante la dictadura del buenismo político y la esclavización de la forma, es más necesario que nunca que resurja la vieja política. Pero no entendiendo ésta como la de las corruptelas y la del enquistamiento en el statu quo, sino como aquella que habla de ideas, que antepone el fondo a la forma, que rehúye el protagonismo y la escenificación y sobre todo aquella que no dudará a la hora de dar la batalla cultural.