Hubo una época en la que ser un inmigrante significaba riesgo, aventura, incertidumbre, trabajo, gran esfuerzo, finalmente frutos y sustanciosas ganancias. Numerosos fueron los inmigrantes españoles que desembarcaron en Iberoamérica, Argentina, Venezuela, Cuba, donde se forjaron admirables destinos. Principalmente en Cuba, que es el caso que más domino, donde alcanzaron un bienestar quizás ni siquiera imaginado, e inclusive llegaron a amasar fortunas con las que luego lograron (los indianos, por ejemplo) originar una arquitectura que los distinguía como triunfadores. Hasta en la música dejaron imborrables huellas como aquellos hermosísimos cantes de ida y vuelta, además de piezas muy individuales y reveladoras cual diamantes de cincuenta y ocho facetas, me refiero a la canción El emigrante de Juanito de Valderrama. Sí, porque también existió una época en la que las palabras tomaban la forma de sí mismas, y de ninguna manera eran silueteadas hasta apagarles su verdadero sentido por ideologías extremas. El emigrante era sólo un inmigrante cuando llegaba a su destino. Lo de migrante ha venido después, y de eso intentaré hablarme a mí misma y a ustedes mediante esta columna. Migrantes son las aves, de ninguna forma los seres humanos. Las aves migran, los hombres (por cierto, género que engloba a hombres y mujeres) emigran. Los primeros lo hacen por instinto, los segundos debido a urgencias y anhelos.
También con Cuba conocí muy pronto la definición de exiliado, que era aquel «traidor, escoria, gusano», adjetivos impuestos por el régimen de La Habana, para describir a quienes siendo perseguidos en su país debían escapar a otro país para evitar ser encarcelados o fusilados, o tras ser encarcelados. Los exiliados cubanos fueron y son todavía unos apestados, pero en 1979, Fidel Castro y Jimmy Carter, el peor presidente norteamericano que ha tenido Estados Unidos (seguido por Barack Obama y Joe Biden) decidieron inventarse lo de La Comunidad Cubana De Inmigrantes y resolver el problema de las carencias en Cuba; entonces la palabra «bloqueo» ni siquiera era mencionada ni se acordaba nadie de ella. Por arte de birlibirloque del social-comunismo los gusanos fueron convertidos en mariposas, y pudieron retornar a su país en 1980 cargados de regalos del tío Paco (pacotilla) y de dinero para sus familiares, dinero que debían gastar en las primeras shoppings (tiendas en dólares) castristas.
Entretanto, otra ola de exiliados se preparaba para abril del mismo año, en la que 125 mil cubanos partieron por la Embajada del Perú y por el Puerto del Mariel hacia Perú y Estados Unidos. Mientras por un lado algunos pocos privilegiados recibían ofrendas de los familiares a los que durante bastante tiempo habían tenido que ignorar y despreciar por el hecho de haberse exiliado, por otro lado los reprimidos tenían que pirarse (largarse), y aunque ya nada tenían que ver con los cubanos que habían llegado en los años 60 y que habían hecho del potrero para ancianos jubilados que era Miami una ciudad plena de bancos, luminosa, exitosa, todavía la energía de la búsqueda les acompañaba. La generación de los ochenta, criada con el castrismo, llegó para trabajar duro, nadie lo niega, pero también para disfrutar de lo ya creado por sus predecesores.
Exiliados fueron los que huyeron del fascismo, y exiliados también son los que huyeron del comunismo, una gran cantidad en el mundo, muchos más que los que huyeron del fascismo, aunque el horror no debiera medirse en cifras, pero también muchos más han sido los muertos del socialcomunismo; en total más de 150 millones de víctimas.
François Mitterrand inauguró el inventico ese de las migraciones masivas. Recuerdo un libro de uno de sus jóvenes ministros, hoy ya anciano, un precursor de la Agenda 2030, Jacques Attali, que desde entonces preconizaba el enorme movimiento de poblaciones para conseguir un mestizaje «alegre y feliz», como si los mestizajes se hicieran de fiesta en fiesta y de guateque en guateque. Attali lo auguró mediante un libro que anunciaba una nueva identidad migrante de ciudadanos configurados.
El experimento no sólo les salió muy mal como se puede ver en la actualidad, sino que se ha vuelto en contra de Europa y de Occidente. No es lo mismo un emigrante económico, un exiliado político, que un migrante de laboratorio cuya involución, sólo en dos décadas, transformaría el fenómeno en invasor.
Mientras que el emigrante y el exiliado llegaban a países ajenos para luchar por sus vidas y sus destinos, el migrante configurado decide no integrarse, además se declaran víctimas del sistema que los acoge y cobija, e intentan imponer un modo de vida al que han renunciado en sus países de orígenes por una cuestión que en nada tiene que ver con el anhelo de prosperidad y enriquecimiento de todo tipo, material y espiritual. El migrante se mueve en manada, piensa con el estómago, y como los pichones estira el cuello y abre el pico para que les caiga lo que ellos de antemano creen merecer porque otros acomplejados también se lo hicieron así creer. Si se dan cuenta los términos emigrantes y exiliados han desaparecido del panorama. Yo siempre insisto en que soy una exiliada, porque el exilio es una categoría de gran valor que hay que sabérsela ganar a pulso.
En cuanto al invasor, veamos; el invasor es el resultado de un plan muy bien pensado, concreto, y ejecutado mediante el odio, la envidia, la corrupción, y la violencia, cuyo único fin es acabar con Occidente mediante una guerra santa contra los «infieles» (nosotros), que empezó de a cuentagotas y ahora ya es a borbotones, y que estamos viviendo día a día, asesinatos tras asesinatos, violaciones, robos, agresiones, de una excesiva crueldad, que sobrepasa el límite de preocupante. No sólo estamos recibiendo a invasores para que acaben con nuestras familias y nuestras costumbres y leyes, además les estamos entregando a nuestras mujeres y niños, nuestros templos, nuestras tierras, y el futuro… Se han ido apoderando de nuestros sueños y modos de vida. Los invasores son el producto del experimento en torno al migrante reestructurado. Nada tiene que ver el invasor con el emigrante y el exiliado, las diferencias son más que claras. Y es algo que no pienso discutir con nadie que se titule de izquierdas, de ultraizquierda, y de ultraislamoizquierdacomunista, y por supuesto se crea superior a los que pensamos distinto.