En la Monarquía renovada para un tiempo nuevo, cuya epifanía ha anunciado Felipe VI en las Cortes no ha habido ni una sola referencia a Dios, ni en el discurso del Rey ni en la iconografía del decorado. Todo impecablemente constitucional y correctamente aconfesional. Para los diseñadores de la ceremonia de proclamación, los presidentes norteamericanos deben ser una suerte de talibanes cristianos por sus constantes apelaciones a Dios en todos sus discursos de Estado y, ni que decir tiene, el presidente de la Reserva Federal, un intolerante templario por imprimir en los billetes de dólar la frase que reza, y nunca mejor dicho, » In God we trust «: En Dios confiamos.
El Catolicismo no es ni un lazo ni cualquier otra clase de firulete, bodoque o adorno de quita y pon de la Monarquía española. Es su razón de ser. Ni en la más disparatada ucronía, divertimento intelectual muy de moda entre los historiadores, sería concebible la Monarquía en España sin el Catolicismo como carpintero y orfebre de la Corona, desde Recaredo hasta Juan Carlos I. Con la invasión musulmana, la Cruz y los Evangelios se hacen fuertes en el belén de Covadonga convirtiéndose, al decir de Claudio Sánchez Albornoz, presidente de la II República en el exilio, «en la rodela de Europa frente al Islam». Finalizada la Reconquista, España lleva, junto a la Filosofía Griega y el Derecho Romano, la Luz del Evangelio hasta el último rincón de la tierra en el nombre de los reyes que han precedido en el trono a Felipe VI, y se desangra humana y materialmente en el centro y el norte de Europa para que el Ave María no fuese definitivamente borrado por la Reforma de las oraciones de alemanes y belgas, de austriacos y holandeses. Gracias a esas epopeyas lideradas por los diferentes reyes católicos españoles media Humanidad le habla a Dios en español. Gracias a esa misión histórica de la Monarquía católica española ayer tuvimos un Papa alemán y hoy tenemos un Papa argentino.
Esa misión histórica hoy ha estado ausente de la proclamación de Felpie VI, que no se ha referido a Dios ni para darle las gracias.