Leo en este periódico una crónica de Eurico Campano, que ha estado en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros e informa de que el Gobierno ha tenido a bien aprobar una partida presupuestaria de 3.127 millones de euros que acompaña a un Plan Estratégico de Igualdad de Oportunidades que suma 224 medidas destinadas a luchar contra la violencia de género, por la igualdad en el ámbito laboral y la conciliación. Claro, el sábado es 8 de marzo, otra vez el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y eso es suficiente para que en la víspera se derroche un pastizal en dos batallas que ni puede ni debe librar el Estado. Contra la violencia que se ejerce sobre las mujeres, todo es poco, y más que nada lo que se invierte en educación. Esa es la clave para que 62 millones de europeos dejen de pegar y agredir sexualmente a 62 millones de europeas. Además de con la educación, la violencia contra las mujeres tiene que ver con la dependencia económica y con la desventaja física. Todo lo demás son pamplinas. Por eso la educación es la clave, la de ellas y la de ellos.
Las otras dos batallas que pretende ganar el Gobierno con millones y lo que llama “medidas concretas” no son más que formas depuradas de perder el tiempo y el dinero. Como cada 8 de marzo desde hace más de un siglo. Ni la desigualdad laboral ni la conciliación se borra a golpe de legislación (tampoco la violencia contra las mujeres). Hace años escribí que “a partir del reconocimiento de la igualdad entre hombres y mujeres -verdadero hito digno de ser conmemorado-, toda legislación ad hoc sobra porque la inmensa mayoría de las mejoras acaecidas en la vida profesional de las de mi género se han producido por el esfuerzo personal de cada una de las que han prosperado”. Tendré que escribirlo otra vez el año que viene, y el otro, y el otro. Como que “las mujeres no somos objetos de protección del Derecho sino sujetos de derechos en modo idéntico a como lo son los hombres”. Es de una lógica abrumadora y causa ya un hastío infinito, pero merece la pena repetir que “no necesitamos -muchas gracias- más que los hombres, pero -¡no se equivoquen!- tampoco menos”.