«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Do más pecado había

21 de marzo de 2022

En mi más tierna infancia alguien no muy versado en los métodos pedagógicos más modernos me recitó el romance de La Cava. Allí, el rey don Rodrigo pierde España ante los musulmanes por violar a la hermosa hija del conde don Julián. Al fin el rey yace sepultado vivo junto a una serpiente que empieza a comerle por “do más pecado había”. Quien me lo recitaba me invitó a preguntarme, dónde, en verdad, tendría más pecado el lujurioso Rodrigo, aunque él dice que le come el corazón, oh, tan sentimental. Desde entonces yo, que leo siempre dándome por aludido, sé que la enfermedad que alguna vez me pille vendrá también por do más pecado haya, aunque no sé aún cuál será. Léon Bloy sentía ante su muerte «una inmensa curiosidad». Yo no diré tanto, pero sí que tengo intriga.

Disposición de ánimo que me ha permitido observar que, en la vida social y política, como avisa el refrán, «Dios castiga sin piedra ni palo» porque «cada pecado lleva su penitencia». Esto tiene una lógica casi cartesiana. Es la cadena de las causas y las consecuencias la que termina pasándonos la factura de nuestros propios actos erróneos. Lo he recordado porque Pedro Sánchez ha firmado su propia defenestración política al prometer 20.000 millones de euros a las políticas de género de Irene Montero en plena crisis económica. Pensé que lo había percibido sólo yo, pero veo que otras voces, entre ellas @gonnassau en Twitter, también han detectado el exacto punto de inflexión.

El pecado de Sánchez es la demagogia y la mentira. Y ambas brillan como nunca en los prometidos 20.000 millones que van a arrastrar su reputación

No es que Sánchez no haya hecho cosas peores que prometer eso; que, además, no pensaba cumplir ni de broma ni tiene con qué. Pero el efecto en la ciudadanía ha sido catastrófico para su persona. Marca un momento de inflexión en la percepción social.

Algo similar ocurrió con el chalet de Pablo Iglesias, con lo que inauguró su inexorable decadencia. Fue, por supuesto, por do más pecado había. En su caso, la envidia imitativa de la izquierda española hacia la burguesía más tópica. O lo que le ha ocurrido a Pablo Casado, puro apparátchik del partido, que ha caído por no saber que el liderazgo implicaba olvidarse de las maniobras de la fontanería interna y de los codazos a los compañeros de partido.

El pecado de Sánchez es la demagogia y la mentira. Y ambas brillan como nunca en los prometidos 20.000 millones que van a arrastrar su reputación. No los pensaba dar, pero quería adornarse con su sensibilidad feminista (pagada por el contribuyente) mientras aplacaba los pruritos putinescos de Unidas Podemos. Él quería tirar de presupuesto público para montarse sus fuegos artificiales y sus tracas. Pero la jugada le ha estallado en la mano.

Sin la metadona de sus millones, a Irene Montero y compañía les entrará el síndrome de abstinencia y, con el mono, se revolverán contra Sánchez

Los precios disparados de la energía están siendo letales para las empresas, para el campo y para la clase media y trabajadora. 20.000 millones ahora no se pueden prometer sin escocer en muchos millones de bolsillos y de heridas. Además, la situación económica de España le lleva a pedir dinero a Europa (más y antes) para evitar el colapso. El contraste del pedigüeño pródigo es tan incomprensible como indignante. Llueve, encima, sobre mojado. La presión fiscal ha venido precedida por una dispersión de gasto frívolo. Fíjense en el éxito que ha tenido la etiqueta «chiringuitos». Un gobernante más atento al pulso de la calle habría detectado que el horno no estaba para esos bollos.

El problema de Sánchez es que su promesa tiene ahora una feísima marcha atrás. Si dice que aquello era cifra simbólica o que la dijo como Pedro Sánchez pero no como presidente, o que Putin lo cambia todo, o que la culpa es de Franco, si usa —quiero decir— cualquiera de sus comodines habituales, tendrá el propio desprestigio demagógico que él ha sembrado contra otros. Sin la metadona de sus millones, a Irene Montero y compañía les entrará el síndrome de abstinencia y, con el mono, se revolverán contra Sánchez.

Entre el impacto de su medida en la opinión pública y el aplauso de la medida entre sus apoyos gubernativos, Sánchez está rodeado. Hay cosas más graves, más inexorables, más urgentes, sin lugar a dudas, pero —como sabía el pobre rey don Rodrigo— uno termina muriendo por do más pecado ha. En el caso de Sánchez, ha habido mucha irresponsabilidad, tontería, gasto inútil, promesas vanas y guiños a los socios a costa de los contribuyentes. Todo eso se suma a los 20.000 millones de su ruina (y la nuestra). 

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