«This will not pass», un libro publicado hace un par de años por Jonathan Martin y Alexander Burns, dos periodistas del New York Times, describe a un partido republicano enojado con su propio accionar, encolumnado tras Donald Trump y en deuda con él y, a la par, retrata un partido demócrata liderado por Joe Biden al que describe como «inepto y desconectado de la realidad». Esta publicación desvelaba a la campaña demócrata porque aporta detalles de aquellos días de 2020 y el asalto del Capitolio, en los que dan cuenta de traiciones, cobardías y una historia mal contada llena de inexactitudes.
El libro de Burns y Martin concluye con una reflexión sobre el estado de la democracia americana. Ambos observaban, dos años atrás, que Trump nunca abandonó el escenario mientras el liderazgo republicano se arrodillaba frente a un progresismo destructivo. Además, evaluaron la gestión Biden con duros calificativos y alertaron sobre la falta de resolución de dos problemáticas concretas: la inflación como una preocupación concreta de la población y el conflicto en Ucrania.
La reciente decisión del actual presidente Biden de resignar su candidatura alivia la incertidumbre en cuanto a su preocupante estado de salud, pero no respecto del destino del partido demócrata y su performance en las próximas elecciones. Kamala Harris, si fuera finalmente ungida candidata-sucesora, tampoco tiene grandes logros para exhibir. Y si la reemplazante de Joe Biden fuera Michelle Obama, sería una excelente noticia para la oposición ya que ella, como su marido, siguen inmersos en su burbuja progresista radical que no ha tomado nota de los cambios que se están produciendo en el mundo entero. Cualquiera sea la decisión, no será feliz. Los demócratas están debatiendo entre «elige tu propia desgracia».
En un extenso reportaje, Burns señala que las próximas elecciones son de una gran trascendencia porque lo que está en juego es enorme pero, paradójicamente, entiende que el país todavía no está tan interesado en ellas. «Es un momento difícil en el que lo que está en juego es increíblemente grave, pero la participación del público no es igualmente intensa aún» afirma. Burns señala, por ejemplo, que The Washington Post ha perdido el 50% de sus lectores desde que Trump dejó el cargo. Eso tiene que ver con la conducción política extremadamente ideologizada de los demócratas, aislada de las prioridades de la gente común.
En coincidencia con muchos pueblos del mundo, los votantes americanos actualmente no sólo están prestando atención a la economía, en particular a la inflación, que les preocupa por primera vez en décadas. Otros temas han cobrado protagonismo. Así como para James Carville, el asesor político de Bill Clinton, «es la economía, estúpido« fue el lema de aquellas elecciones tres décadas atrás, en estas, otras inquietudes se suman y, aunque la economía sigue siendo prioridad, distintos analistas remarcan que en particular los jóvenes están moldeando este ciclo electoral con otros temas: los problemas de frontera, el adoctrinamiento de la Agenda 2030 y la guerra en Gaza. Este debate y el decidido cambio de eje se pone particularmente difícil para la izquierda estadounidense que, sumergida en su mundo woke, no percibió la modificación de prioridades que se estaba registrando en la sociedad.
Otro hecho de altísimo contenido político es la incorporación de James D. Vance, el compañero de fórmula que eligió Donald Trump. De apenas 38 años, escribió un libro en el que relata los duros años de su infancia y adolescencia hasta que alcanza su graduación en la prestigiosa universidad de Yale. Esa conmovedora historia de vida es la confirmación de que el sueño americano no es una fantasía y su figura representa a millones de ciudadanos anónimos a quienes Trump les ha devuelto la voz; por primera vez en décadas, esa América profunda y conservadora ha dejado de ser invisible. Más allá de los grandes temas de estrategia y de política internacional, ellos y su apego a las tradiciones encontraron en el discurso del republicano plena coincidencia con sus propios valores, pisoteados por las distintas administraciones en las últimas décadas.
«De donde venimos es quienes somos, pero cada día elegimos quiénes queremos ser» recita James Vance y él es la representación misma de esa frase. A su madre, tal vez en su peor momento, hoy repuesta y acompañando su crecimiento político, le dice: «No te rindas». Y también ese fue para el propio Vance un lema vital porque su historia de vida es la descripción acabada de que en la sociedad americana el esfuerzo aún tiene recompensa.
Por todos estos motivos, la próxima elección presidencial en los Estados Unidos tiene una importancia crucial. El wokismo sabe que se enfrenta, no con uno, sino con dos adversarios declarados de su letanía «progre»; dos luchadores que poseen la convicción necesaria para torcer el rumbo sinuoso que lleva la política global tras la desastrosa gestión de Joe Biden, Kamala Harris y Barak Obama, el presidente en las sombras.
Las encuestas dan a Donald Trump como el favorito y eso es una mala noticia para el progresismo en general y para China en particular, que intentó aprovechar estos años de desvarío demócrata para hacer alianzas en Medio Oriente en el intento de adelantar algunos casilleros en el mapa global. Sin embargo, la fragilidad de su economía no le ha permitido demasiados avances.
Muchos analistas especulan con que el atentado del que fue protagonista el candidato republicano lo acerca a la victoria. Desde esta columna nos permitimos hacer otra lectura: el ataque se produjo precisamente porque su victoria el próximo mes de noviembre ya lucía inexorable. Solo un tiro certero podía detener ese destino. Pero Dios pareció tener otros planes para Donald Trump, para Estados Unidos y para el mundo entero.