«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Duelo gallináceo

6 de junio de 2023

Hay noticias que hacen soñar. Otras que hacen estremecerse. Algunas, muy pocas, llevan a un estado distinto de conciencia. Es el caso de la que conocimos ayer: en Jaén han encontrado quince gallinas «violadas y desplumadas». La noticia ya da que pensar por sí misma, pero es importante porque de algún modo viene a confirmar, mucho después, aquella otra que inauguró los años 90 y nos borró la inocencia. Era una noticia acompañada de documento gráfico: un hombre muerto, sepultado por una roca, con los pantalones a medio bajar y una gallina cerca, amorosamente cerca. La noticia, basándose en el testimonio forense, que a su vez se basaba en el pantalón del señor y la posición petitoria y un poco pepitoria de la galliforme, señalaba que la muerte por aplastamiento se había producido mientras el señor realizaba un «acto de naturaleza sexual» con la gallina.

Esto fue un shock y quedó como leyenda urbana o más bien rural, pues era una aldea de Orense. No queríamos creerla y con el tiempo adquirió los tonos a la vez brumosos y dorados de lo legendario.

Ahora el estupro gallináceo se produce en un pueblo de Jaén que estaba celebrando la Fiesta del Sabiote, de evidente rima celiana, y el terrible acto nos confirma que no era solo cosa galaica y que además todo puede empeorar. No solo fue una violación animal, es que además fue grupal. Un diario con mucha sensibilidad pero escaso conocimiento de la fisiología de la gallina añadió: «Violadas analmente». ¡Dos veces contra natura!

Cuando el amor animal es puro se le llama animalismo. Cuando no, bestialismo. Pero se nota lo mucho que hemos cambiado porque en 1990 nadie pensó en el consentimiento de la gallina. Aquello era un acto sexual, sin más, y nadie consideraba que pudiera haber algo como una violación. Era raro, si, pero no ilícito. Al contrario. Había algo dulce y triste, sentimental, en la posición de los dos cuerpos, como cuando asesinan a los amantes en la cama en acto de venganza. La novedad en 2023 es que la noticia ya viene contada como violación (múltiple), y la duda no es tanto cómo puede ser alguien capaz de violar a una gallina sino, más bien, cómo puede ser alguien capaz de no violarla, de hacer el simple «acto de naturaleza sexual», el ayuntamiento carnal consentido. ¿Cómo consiente una gallina? ¿Cómo se las ingenia el gallo?

Las pobres gallinas han tenido que cargar con la peor fama posible. Igual que el burro es comparado con lo más tonto del género humano, las gallinas, que no piden casi nada, y ponen huevos con generosidad, han tenido siempre una fama de perdidas absolutas. ¿Por qué?

Esta brutalísima noticia de alguna forma restituye la inocencia de la gallina, que no la nuestra. Ni eran unas cualquiera, ni consintieron nada con el señor de Orense.

Según la prensa, los investigadores sospechan de «unos jóvenes», fórmula ya un poco eufemística. No es nada descartable que con el paso de las horas los medios peperos acaben culpando al sanchismo, dado que, como aseguran, «no conoce ningún límite».

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