«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El ejército se tiñe de púrpura

10 de noviembre de 2015

Desde nuestra más tierna infancia hemos necesitado respuestas. Hemos buscado  certeza ante la incertidumbre y pragmatismo ante lo utópico. Pero sobre todo hemos precisado coherencia y ejemplo. Modelos adecuados, al fin y al cabo, en los que basar nuestra existencia, destinados a proporcionarnos la seguridad de que lo que hacemos es correcto y va encaminado al bien común. 

En edad temprana buscamos estos patrones en nuestro entorno cercano: padres, familiares, amigos…y ya en la edad adulta la mayor parte de los individuos, debiendo dedicar la vida a procurarnos porvenir y atención esmerada a nuestros seres queridos, debemos delegar las funciones de gobierno en las personas que consideramos más adecuadas para ello. 

Sucede que lejos de ideologías, gran parte de nosotros compartimos deseos y objetivos comunes que no son si no aquellos que nos ofrecen la sobrevalorada felicidad. Se trata de momentos cotidianos, de compañías afines, de momentos entrañables cuya materialización sólo puede darse bajo un paraguas de certidumbre y normalidad. Así, podríamos estar tranquilos sabiendo que las esferas de poder están copadas por individuos supuestamente leídos e ilustrados en el entendimiento y la especialización. Sin embargo, son el sentido común y el conocimiento del ser humano como sujeto emocional, los elementos que deben complementar cualquier formación académica para consumar al individuo capaz de ostentar con justicia y equilibrio su función. 

Ese cometido tiene que estar irremediablemente comandado por un conjunto de reglas que hagan posible el objetivo que se persigue. De todos es sabido que ya habiendo pautas indicativas el ser humano se corrompe sin remedio, cuanto mas si la gestión estuviera desprovista de orden y concierto. Ese conjunto normativo genera confianza en los ciudadanos y manifiesta tranquilidad y despreocupación. El problema se suscita en momentos de crisis. España ha dado buena cuenta de ellos desde el año 2008 y continúa su particular travesía por el desierto por mucho que se pregone la cercanía del oasis prometido. Hemos sufrido problemas de todos los colores, pero parece que el morado es el que hoy manifiesta la más justificada inquietud.

Decíamos antes que la norma y su cumplimiento genera certeza y confianza: estabilidad en suma. Lo contrario origina inestabilidad e incertidumbre. Situaciones de caos y desconcierto que preceden a otras peores. En este sentido, a pesar de los muchos errores que en estos años se están poniendo de manifiesto a raíz de los pactos adoptados con la instauración de la democracia, hay algo que se logró no sin esfuerzo pero gracias a la generalidad de los integrantes de un estamento que siempre miró por los intereses de los españoles, a quienes juraron defender y cuya seguridad siempre se comprometieron a salvaguardar.

Hoy este juramento queda en entredicho. No porque los propios militares no sigan manteniendo su código, que es el de todos los españoles de bien: el que se rige por el honor y la lealtad, sino porque elementos llamados a dar ejemplo y a generar confianza se ha dejado seducir por la manzana de color púrpura. Ese mismo color del que Alice Walker tiñó la vida de Celi, sirve ahora para fumigar a una institución de la que sobresale el valor de sus miembros como el mayor de los atributos. Valor, coraje y entrega bajo el sometimiento a la ley y con el límite no menor de entregar la vida por la estabilidad y la certidumbre. Los militares son generadores de confianza bajo cuya gran preparación, sentido común y conocimiento emocional del ser humano garantizan el proyecto de vida de todos aquellos que convivimos en los rescoldos de una gran nación. Algunos ya lo avisaron: “se van a llevar un susto”. Ahora ya sabemos a lo que se referían.

 

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