«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

El adjetivo gentilicio

2 de diciembre de 2020

Comunicarse bien exige poner los adjetivos precisos a los sustantivos, a las cosas. Una categoría muy característica es la de los adjetivos de relación y, dentro de ellos, los gentilicios. Son los que se refieren a la relación de los habitantes con los territorios o lugares geográficos donde residen o de donde provienen. Admiten sufijos muy diversos: español, abulense, argentino, keniata, gallego, sefardí, gibraltareño, lisboeta, iraní, castellano, etc. La terminación más común es en “ano”. La persona que habla el idioma español, a través de esos sufijos, adivina, fácilmente, el lugar al que se refiere el gentilicio.

En nuestros días inseguros, siempre con el temor al prejuicio, predomina una tímida reserva a la hora de señalar gentilicios. Un “chueta” o descendiente de los judíos de Baleares, es visto con cierta prevención, que oculta una secular malquerencia contra los judíos. Algo así ocurre con el gentilicio ”moro”(de Mauritania o del Magreb, marroquí o, por extensión, musulmán; también de la isla de Mindanao).

Hay que reconocer la existencia de gentilicios con un ligero tinte despectivo o xenófobo, aunque también pueden ser utilizados de modo cariñoso: Así, gabachos o franchutes, payos, gitanos, gringos, chicanos, guiris, hispanos, sudacas, charnegos, gachupines, ches, chinorris, maketos, cholos, llanitos. Se utilizan, más bien, para designar a los otros, cuando son forasteros o fuereños. Nótese que algunos de esos términos reproducen el sonido “ch”. No se me alcanza la explicación de tal constancia.

En la política española, da no sé qué calificar a un terrorista como vasco o catalán, cuando así consta su origen. Hace unos días, el presidente Sánchez se refirió, en su fatídico aniversario, al “terrorismo que asesinó a Lluch” (un prominente catedrático y ministro socialista de Sanidad). Prescindió del gentilicio (ni siquiera señaló “de ETA”, la banda terrorista vasca). Eran los días en que se ventilaba un pacto del Gobierno socialista con Bildu (en vasco “convento” o “secta”). Es el partido heredero de la ETA, que nunca ha colaborado con la Justicia para esclarecer los cientos de asesinatos impunes, debidos a los terroristas vascos.

Particular mención merecen los gentilicios étnicos. En inglés norteamericano, tradicionalmente, se dijo “Negro”, en español, para los que, ahora, sutilmente, se denominan “Black” o “Afroamerican”. También se dicen “de color”, un eufemismo poco preciso. Una vez, tuve que poner, en un cuestionario de entrada a los Estados Unidos, que yo era “Caucasian”, una opción cerrada. Fue todo un descubrimiento de mi mismidad étnica. Nótese que, en inglés, los adjetivos gentilicios van con mayúscula; ignoro por qué.

Un caso extraño es el de los Estados Unidos, un país, propiamente, carente de gentilicio, pero sus habitantes se atribuyen, abusivamente, el de “americanos”. Es claro que otros países podrían ser “Estados unidos” (México, Australia, Holanda, el imperio austrohúngaro, etc.) y más claro aún, que “América” comprende otras varias naciones. La Unión Europea es el conjunto de 27 Estados, aunque en ellos no se incluyan Rusia, el Reino Unido y otros. Por cierto, los españoles suelen referirse al gentilicio “europeo” como lo que, siendo de ese continente, no es de España. Suele tener un sentido meliorativo.

En la Cuba española, los jornaleros negros (descendientes de los esclavos africanos) cantaban: “Quién fuera blanco, aunque fuera catalán”. Los catalanes eran, en muchos casos, los dueños de las plantaciones y las fábricas donde trabajaban los negros; también habían sido los “negreros”, los que transportaban esclavos desde África.

Hay gentilicios admirativos, como “jamón ibérico”, pero Iberia es la antiquísima denominación de la península, lo que se llamó Hispania y luego España (y Portugal). Puede que una parte del famoso jamón ibérico proceda de cerdos criados en Rumania (con pienso) y, luego, transportados al Oeste de España, donde acaban pastando bellotas de encina. Pero las etiquetas del habla tienen vida propia.

Algunos decimos “virus chino” al que causa la epidemia del “coronavirus” o “covid 19”, extraños eufemismos para evitar el gentilicio de origen. No pudimos prescindir de él en la “epidemia española”, la gripe de 1918 y años sucesivos, aunque no fue cierto que la epidemia se originara en España.

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